“Si no es a pelo, prefiero no coger”, es el tweet más sincero que he leído. ¿Por qué nos cuesta reconocer las formas en cómo disfrutamos nuestro placer? Ser parte de la comunidad LGBTTTIQ es un reto para la concepción de nuestra sexualidad, pues el mundo heterosexista, reproductivista y moralista no está diseñado para nosotres, rompemos con los “cómo y para qué” se ejerce la sexualidad.
“Por el culo no cuaja”, frase común de escuchar. Nos sentimos “exentos a la regla” cuando las políticas de prevención ofrecidas en escuelas y los decadentes servicios de salud, se centran en la no reproducción. Es imposible sentir pertenencia o adherencia a métodos diseñados para ese fin, pues cuando nos encontramos con el condón como medida preventiva, ya habíamos configurado una nula relación al no percibirnos con riesgo de embarazo. Ahora bien, el condón no deja de ser una opción de autocuidado, es eficaz, seguro y accesible; pero no es para todes y quienes decidimos no usarlo debe ser sin culpa y sin “consecuencias” sociales, biológicas y políticas.
Debemos plantear formas incluyentes de prevención, que la innovación en este terreno sea un derecho. Urge que no sea un privilegio o promesa acceder al PreP y PEP; insumos diseñados para la reducción de riesgos y daños del VIH, así como espacios para detección de ITS accesibles y libres de estigmas.
Es imperante visibilizar en las decisiones de salud, las vivencias de nuestras poblaciones LGBTTTIQ de manera crítica, autónoma y protagonista; poniendo sobre la mesa factores de riesgo, campañas de salud focalizadas (no ocultas) sobre personas que vivimos con VIH y con el reconocimiento del placer al centro del ejercicio de la sexualidad. La solución nunca ha sido ni será la obligatoriedad de utilizar condón. Apostemos por modelos adaptados a nuestras realidades y necesidades sexuales.
Por Carlos Ahedo