A principios de 2013, este sauna gay sufrió un asalto que acarreó un par de contratiempos. Después de su reapertura, algo cambió para bien. El Sodome sigue siendo ese espacio de hombres con tan sólo una toalla atada a la cintura y sandalias (a veces, ni eso). Hay cosas que no se pueden controlar cuando decenas de hombres gays desnudos andan del vapor al laberinto oscuro (que se encuentra en el segundo piso). Pero la convivencia se ha relajado bastante, casi a niveles hippies.
Conocí a Kevin, un canadiense ansioso por un poco de sol, mientras deambulaba por la Zona Rosa. Yo buscaba cosas nuevas para esta sección, mientras él descubría la oferta del barrio LGBT+ de la ciudad. Tropezamos por el gentío que se aglutina en la acera donde se juntan Amberes y Paseo de la Reforma.
Volteó la cabeza para ver mi camiseta de My Bloody Valentine y le sostuve la mirada, porque tenía esa forma de coger el cigarro que me derrite, presionando la boquilla con las yemas del pulgar y el índice. Platicamos un rato en la calle y decidimos entrar a la Botica Mezcalería. Kevin parecía algo desilusionado: la Zona Rosa no era precisamente lo que había pensado.
En ese momento recordé la tradición de las saunas defeños, más conocidos como vapores. Comenzaron como una alternativa de relajación, pero por su aislamiento y sus áreas divididas para hombres y mujeres, se convirtieron en espacios de los que se adueñó la comunidad homosexual. Los vapores son una parte importantísima de la identidad LGBT+ de la ciudad. Así que invité a Kevin para que me acompañara a visitar algunos vapores y que conociera una cara distinta de la vida homo.
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