Estoy escribiendo esto con temor a que mi novio lo lea. Había hecho una clase de yoga al desnudo, pero este taller es una experiencia homoerótica de un nivel más alto (por no decir ardiente). En un acto de confianza, le expliqué a mi pareja lo que “por cuestiones de trabajo” debía probar, accedió y esto fue lo que sucedió.
Al llegar al cálido y pequeño departamento en la Condesa me encontré con seis personas dispuestas no sólo a desnudarse por completo, sino a intercambiar con desconocidos —durante cuatro horas— miradas, caricias, aliento, sudor y una que otra erección bien inducida y necesaria.