El director y guionista francés Alain Guiraudie llega a la ciudad junto con su obra, con el apodo de “el nuevo rockstar de los festivales de cine” a cuestas. En gran medida gracias a su polémico largometraje, una afortunada mezcla entre thriller hitchcockiano, drama artsploitation y la irreverencia de Bruce LaBruce.
Sus escenas más o menos explícitas provocarán que aquellos que se escandalizaron con La vida de Adèle piensen en salirse de la sala. En medio del verano en un paraje boscoso, la quietud de un frecuentado cruising spot (en el argot gay, un espacio público que sirve de punto de encuentro semiclandestino para el ligue y el sexo ocasional anónimo), se trastoca cuando ocurre un misterioso asesinato, que comienza a ser investigado con premura por un viejo detective.