Descubre las loncherías, las mejores tortas ahogadas y chiles en nogada en la Ciudad de México.

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Comida mexicana en la CDMX
Si hay tacos, seguro estaré ahí, pero si hay tacos al carbón, estaré ahí como mandil y soplador de palma, por eso visité Safari tacos al carbón, un restaurante clásico en Lindavista que parece perdido en el tiempo. Desde que entras sabes que es un lugar que ha resistido a los cambios bastante tiempo.
Desde la puerta se ve al fondo la parrilla y al responsable de carbonizar las cebollitas. Cuando me senté el mesero me preguntó si quería menú o tacos. Obviamente me fui por los tacos. Mientras esperaba mi orden vi desfilar platos con pechugas empanizadas con arroz, atún a la vizcaína y carnes asadas acompañadas de ensalada y puré de papa —”¿hice lo correcto?, ojalá no me arrepienta”, pensé—.
De entrada pedí el clásico de la casa, el taco safari, una porción generosa de 250 gramos de filete de puerco que llegó a la mesa sobre dos tortillas. La carne estaba suave y jugosa. Después arribó el de rajas con queso manchego. No estaba mal, pero el chile poblano carecía de sabor. A pesar de estos dos enormes tacos, me atreví a pedir uno de chuleta fresca que casi aplaudo de pie.
Si bien los tacos tienen buen sabor, me decepcionaron las salsas verde, roja y pico de gallo, que parecieran no tener alma, simplemente eran ingredientes molidos. Mientras me desabroché el cinturón, me percaté que el restaurante es frecuentado por mucha gente de la tercera edad que por cómo interactuaron con los meseros, parece que llevan años visitando el lugar.
El costo de los platillos está balanceado con...
Desde hace varios años, los sabores del estado de Nuevo León son replicados en la cocina de este restaurante bar. El concepto de La Buena Barra es traído desde Monterrey y como buenos norteños, aquí brillan los cortes de carne, los tacos, los asados y los tragos.
Para comer, ve directo con las recomendaciones de la casa: el chicharrón de rib eye viene servidoen un molcajete con guacamole recién hecho. Los cubos de carne son crujientes por fuera y el centro jugoso La porción es grande e ideal para compartir hasta con tres personas. Luego, el taco de jaiba es muy vistoso: servido sobre una tortilla de maíz y perejil frito. Tienen más tacos, te recoemndamos el de lechón y de lengua. También pide de entrada la cazuela de Gusanos.
Su especialidad es el Burrito Puerto, que es Langosta roja, perfumada con mantequilla clarificada y envuelta en tortilla jumbo de harina casera con frijoles bayos y llega directo a la mesa en un comal móvil. Si prefieres un corte de carne, aquí tienen los buenos ejemplares norteños, desde una costilla de rib eye, hasta una caña de filete al mezcal en bloque de sal, tierno y jugoso.
Entre las opciones del mar, te recomendamos el pulpo al carbón, ceviche de Totoaba y el filete de salmón con espárragos y alcachofa, con todos los sabores de la parrilla norteña. Para maridar, entre cocteles, licores y cervezas, la carta de bebidas es extensa, vale la pena preguntar por las especialidades. Te recomendamos el Sexy Motherfucker que es wiskhy con miel de...
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La expresión “huele a pan” toma un sentido completamente diferente cuando pasas por esta panadería, especialmente entre 1 y 3pm, pues es la hora de la comida de los oficinistas en la zona de Barranca del Muerto. La calle no sólo huele a pan, sino que huele a toda la gama de aromas que un horno puede expedir; como especias, levadura y alguna salsa. Esto se debe a la bipolaridad de la Hogaza, porque de ser una panadería en Plateros (a la vuelta), expandió sus horizontes para ofrecer más delicias que combinen perfectamente con un pan fresco y recién horneado en este restaurante. Ahora puedes disfrutar de ambas modalidades.
Todos los panes como cuernitos, baguettes, pasteles y tartas de la panadería, también los puedes adquirir aquí.
Este restaurante tiene una terraza con un par de mesas y en el área interior unas cuantas más para que comas y bebas café chiapaneco recién hecho. El menú es como el de una fonda y los precios lo sustentan. Para desayunar hay chilaquiles con pollo o huevo, a 40 pesos. Tienen todas las posibilidades de revoltura con huevos: con chorizo, salchicha, tocino y hasta espinacas. Si tienes el estómago delicado pide un plato de frutas surtidas con queso cottage. En realidad, yo probaría los molletes porque el pan es excelente y en el menú los anuncian con “con pico de gallo y un toque de especias”.
Para comer la cosa se pone aún mejor, hay ciabattas con jamón de pavo, serrano y de pechuga; probé la de salami artesanal con queso manchego y quedé mucho más...
Los mercados tienen la mezcla de colores, olores y gritos de los marchantes que puede ser tan divertida como abrumadora. “Pásele güerita” se escucha en todos lados, ves los caldos y las flautas y se te antoja todo. Solía ir al Mercado Lázaro Cárdenas para comer carnitas, ahora voy por las cemitas.
El triunfo de los poblanos queda claro cuando uno prueba esta versión de la torta. La mejor que he probado en la ciudad está en Cemitas Victoria de Enrique Zermeño; un joven gastrónomo que dejó el mar cuando terminó su contrato como chef en un crucero y regresó a su tierra con antojo de este poblanismo. Le pasó lo mismo que a mi, las cemitas que encontraba en la ciudad estaban bien, pero él, poblano de nacimiento y corazón, sabía que los capitalinos casi merecíamos tener mejores cemitas.
Cemitas Victoria es el único puesto en el mercado en el que no te gritan “pásele güerita”; ni lo necesitan ni les da tiempo, están demasiado ocupados preparando las cemitas con el pan que llega diario desde Cholula (aplaudimos la hazaña y agradecemos la frescura del pan). El menú contundente y pequeño ofrece combos de variedades como la de pollo o jamón, y más abajo, se leen versiones propias y más elaboradas como la victoria, rellena con un guisado de cerdo y chipotle o la poblana con milanesa de pollo o cerdo, jamón y todo eso que llevan las cemitas… entiéndase quesillo, chipotle y pápalo.
Aquí hay tres peculiaridades: el toque de aceite de oliva con ajo confitado le da tonos herbales que son...
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Es un lugar que los fines de semana se llena ya que es el sitio predilecto para curar las penas que llegan después de una buena fiesta. Procura llegar lo más temprano posible.
Esta es la mejor referencia en la Doctores para comer una birria estilo Jalisco, de chivo. El platillo es caliente, picoso y abundante, además las tortillas son recién hechas. Si no te quieres comer el plato grande, puedes pedir el tradicional vasito de consomé con un molcajete especial de costilla, arrachera, nopalitos y queso fresco. El choriqueso o una orden de guacamole son la mejor opción para abrir apetito.
Disfruta del mariachi los sábados y domingos acompañado de unas cervezas heladas, puedes pedir un tarro tamaño vikingo con clamato y chela de barril.
Quizá las porciones no sean enormes y su costo inhiba pedir entrada, sopa y plato fuerte, pero la vista es inigualable para cualquier hecatombe: el Templo Mayor, la Catedral y la Plaza de la Constitución a tus pies.
Además, su chef, José Perea, ha logrado darle una vuelta de tuerca a platillos típicos mexicanos y puedes encontrar en su menú delicias como las tostadas de pato con mole. Además, interesantes opciones de carnes, aves y pescados, y antojitos como las minitortas de cochinita pibil. La sopa de hongos tampoco queda a deber. En fin, este lugar tiene tantas delicias que, aunque uno no quiera, comes como si fuera la última vez.
Esta terraza es sobria y relajada, muy cómoda para una tarde cualquiera. Junto a este restaurante está otra terraza más relajada aún, donde puedes pedir una baguete o un café, y disfrutar de la panorámica mientras se despide la tarde. Quizá los únicos inconvenientes son la música de elevador y que cierra temprano
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Además de mantener el alto nivel de la cocina centrada en los vegetales de Sud 777 (número 11 en los 50 Mejores Restaurantes de América Latina), el chef Edgar Núñez ahora confirma su dominio de los platos tradicionales mexicanos en Jacinta, un cálido local con detalles artesanales en barro y madera.
Entre lo que probé —se puede pedir a la carta o en comida corrida de tres tiempos (no mariscos), por 380 pesos—, quedé encantada con las gorditas de cola de res, con relleno generoso y una masa a la vez tierna y crujiente, elaborada con maíz que ellos mismos nixtamalizan. La cercana competencia sería el ceviche de caracol, o los huevos rotos con mayonesa de ajo y chipotle, ganadores si de curar la cruda se trata. La margarita frapé de pepino, cedrón y jengibre, aromática y digestiva, es de lo más recomendable en bebidas.
El huachinango zarandeado (para dos) estuvo muy sabroso para taquear, pero me arrepentí un poco de no haber escogido la lengua en morita como plato fuerte; de verla pasar se me hizo agua la boca y me dicen que es de lo más pedido. El postre fue un arroz con leche perfecto, no batido, no empalagoso, con un sutil toque especiado y cubierto de finas supremas de cítricos. El servicio en Jacinta es eficiente, se nota un gran cuidado por los detalles y los sabores afinados de su bien armado menú siempre te dejan con ganas de regresar.
Pehüa ("comienzo" en náhuatl) es un restaurante nuevo con alma vieja, en el mejor sentido ya que sus platos se preparan con técnicas de vanguardia, pero surgen de recuerdos entrañables de sus cocineras y de muchos de nosotros: desde los minipanes de feria con los que te reciben, acompañados con nata fresca y salsa de cuatro chiles, hasta su postre "germinado", con el que te sentirás de regreso a la primaria llevando tu frijolito sobre algodón húmedo en un frasco de vidrio, pero en versión gourmet, pues debajo de un crujiente de amaranto con brotes verdes, tiene una capa de algodón de azúcar y un panqué de hoja santa con un toque de epazote –sutil pero respondón– que nos recuerda que esta hierba aromática no se deja domar con facilidad.
Visualmente, sus presentaciones son modernas y elegantes, pero en cada plato reconocerás elementos que te reconectan con la memoria sensorial personal, y con la vastísima memoria colectiva de México: sus esquites de maíces criollos con chileatole, por ejemplo, son la suma de dos grandes platos, uno netamente callejero y otro de origen prehispánico, con un remate contemporáneo. Comienzas a comerlos y te sientes transportado a la Polaroid de bordes difuminados, pero con colores intactos, de los primeros esquites que probaste en la vida, los que comían tus papás, tus abuelos, con algunos granos suaves y dulzones, otros un poco más resistentes a la mordida, y el sabor intenso del queso cotija, y luego la reconfortante calidez del chileatole,...
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Lo que alguna vez fue el área de caballerizas del arquitecto Luis Barragán (Casa Prieto), se retomó para convertirse en Tetetlán, un centro cultural, restaurante, salón para yoga y un lugar que alberga una colección de libros de arquitectura y vinilos.
Lo primero que te recibe al entrar es la cafetería donde a partir de las 7am preparan café veracruzano, tisanas calientes y frías y las canastas de pan se llenan de scones, conchas y panqués de matcha. Después está el comedor, un espacio que homenajea la arquitectura de paisaje y a la palabra Tetetlán, la combinación de piedra y pedregal en Náhuatl. Para respetar la naturaleza del terreno y convertirlo en una obra de arte visual, colocaron bajo las mesas y las sillas un piso transparente para que no te pierdas ningún detalle de la piedra volcánica, además de un sistema de irrigación que ayuda al crecimiento de vegetación.
Como restaurante, Tetetlán tiene muchos ases bajo la manga para ser uno de los favoritos del Pedregal. En lo que a desayunos se refiere, además de la panadería hecha en casa, en el menú están los chilaquiles tetetlán con salsa tatemada de frijol y habanero (agrega cecina), los huevos revueltos con escamoles, los jugos naturales y los tazones con superalimentos; como el fresco tazón de quinoa con camote y aguacate o el de espirulina con dátiles y amaranto, ideales para quienes toman una clase de yoga temprano por la mañana.
Llegada la hora de la comida el menú no se debilita y bastó el taco de lechón tierno...
Un espacio de comida rápida para eso de las prisas y que por las noches recibe a aquellos que necesitan un poco de alimento después de la fiesta. Taquería Gabriel llegó a lo que antes era Bravo Lonchería, conserva un ambiente bohemio, tipo cantina de luchas, donde el mobiliario son de lámina y la música en español de los ochentas y noventas está bajo la batuta de una rockola.
Con el lema “Tacos bien ricos, cerveza bien fría”, los meseros conservan esa amabilidad al recibirte y atenderte. Tostaditas enchiladas de entrada y cinco salsas de la casa para acompañar la comida: habanero con piña, cebolla con habanero, cuatro chiles, la tradicional verde con aguacate y la macha, hacen que el paladar te pida una cervecita o un vaso de agua fresca del día (aunque el vaso está muy pequeño).
Sobre la carta: hay opciones básicas en tacos (suadero, tripa, carne asada), burritos, volcanes y tortas; eso sí, tortillitas recién hechas a mano. El burrito ($99) es la opción indicada para llenarse, bien servido pero la carne se siente muy pellejuda. Échale salsa para alargar su sabor.
Los tacos de suadero y tripa ($39 c/u) son cumplidores, y aunque la tortilla taquera es de buen tamaño, el contenido es poco; por los precios estaría bueno llenarlo más de proteína. Tendremos ojos puestos en este nuevo sitio de oda a las delicias callejeras.
Teresa López
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