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A pesar de que fue repudiada en su país por contar la historia romántica de dos chicos gay, Al final bailamos se convirtió en una de las cintas más aplaudidas del año. Aquí conocemos a Merab (Levan Gelbakhiani), un bailarín del grupo de danza nacional de Georgia (un baile tradicional del país) mientras se prepara para una audición que podría cambiarle la vida hasta que un día llega Irakli (Bachi Valishivili), otro talentoso bailarín que parece tener todo lo necesario para quitarle la oportunidad convirtiéndose en su rival, pero también en el objeto de su deseo. Poco a poco iremos viendo cómo entre ambos nace una fuerte amistad que provocará disgustos entre las personas que lo rodean. La historia de dos hombres jóvenes enamorándose ya las conocemos y nos las han contado desde el lado más trágico hasta el más romántico, pero pocas veces realmente se asoman a ese momento inocente en el que la amistad se empieza a convertir en amor y las miradas empiezan a gritar deseos.
El director Levan Akin se las arregla para invitarnos a ser testigos en el recorrido de aceptación de Merab, quien parece tener todo en su contra; su padre no quiere que siga en la danza de Georgia porque a él no le fue bien; su hermano comete error tras error; y su maestro no es su fan más grande, pero el protagonista solo sabe dos cosas: quiere bailar y estar junto a Irakli, y esas dos motivaciones son las que lo llevaran a luchar contra todo lo que no lo deja avanzar. Siempre se habla de cómo el primer amor es el que más te marca, por lo que la película se encarga de llevarnos a ese momento en el que se descubre no solo el amor, también la felicidad por conocer la libertad de quien realmente eres.
Los sonidos son indispensables en la película ya que cada uno te indica el momento por el que estamos pasando, viviendo y puede que no sean los ruidos más sonoros posibles, pero no dejan de invitarte a formar parte de este baile presentado en la pantalla. No puedo dejar de pensar en la escena de la boda presentada en un preciso plano secuencia en el que en 10 minutos vivimos la angustia, el amor, la frustración y el apoyo inesperado; todo esto en medio de una escandalosa celebración que apesta a alcohol con sonidos ensordecedores. Sin dudarlo ese momento lo pongo entre los mejores que el cine me ha regalado en los últimos años.
Debemos de hablar de las actuaciones. Bachi Valishivili como Irakli, un rebelde que no puede evitar hacer que tanto las chicas como los chicos dejen observarlo, él sabe lo que tiene, pero a la vez no se siente cómodo consigo mismo mientras Ana Javakishvili, que interpreta a Mary, la casi novia del protagonista, poco a poco va descubriendo que es la tercera en una relación, pero aquí juegan con nuestras ideas para darnos a una mujer que siempre quisiéramos tener a nuestro lado. Por último al protagonista que le da vida Levan Gelbakhiani, un bailarín profesional que debuta en el cine y que demuestra que gracias a su profesión tiene una facilidad para contar la historia con su cuerpo, con sus posturas y sus gestos, pero sobre todo su sonrisa. Es un talento enorme este actor que además es el alma de la película. Levan hace muy fácil que conectemos con su lucha, con sus deseos y con su amor.
Este es un recorrido para conocer el amor propio en donde acompañamos a Merab en su camino a aprender que las palabras no son necesarias a la hora de expresar sus deseos de libertad y rebelión, ya que al bailar su cuerpo puede hacerlo y al mismo despertar miles de sentimientos en las personas que lo observan.
Al final bailamos Dir. Levan Akin. Suecia, 2019. Con Levan Gelbakhiani, Bachi Valishvili, Ana Javakishvili, Giorgi Tsereteli, Tamar Bukhnikashvili y Marika Gogichaishvili.