El trabajo de Everardo González está inspirado en la cultura mexicana; en La canción del pulque (2003) nos alegró el alma con la vida de barrio –llena de canciones rancheras y elixir de los dioses–, mientras que en Los ladrones viejos: las leyendas del artilegio (2007) nos mostró la vida de cinco ladrones durante los setenta.
A manera de mostrar las cicatrices que ha dejado el narcotráfico en México, Everardo presenta La libertad del diablo (2017), un documental en el que muestra el testimonio de víctimas y victimarios, los cuales narran dolorosas historias que dejaron cicatrices en su alma. A propósito de su estreno el 16 de marzo, platicamos con Everardo para que nos contará más sobre este universo.
¿Por qué es necesaria una película que muestre las atrocidades del narcotráfico?
Tengo la corazonada de que así como pasó en las guerras centroamericanas, cuando se creen comisiones de la verdad, México va a tener que opinar sobre las posibilidades de amnistía y esta película ayuda a que las victimas decidan si se puede tener o no amnistía, o si se tiene que perpetuar como una persecución.
¿Crees que el narcotráfico es parte de la cultura mexicana?
Esto no puede ser eterno y pronto, como en otros países, tendrá que parar. Por eso es importante ver este fenómeno con una mirada más empática, menos ideologizada, y menos politizada. Al final las victimas son las que tienen derecho a opinar sobre el asunto.
El documental posee testimonios degarradores, ¿cómo llegaste a estas historias?
Lo logré como lo hacen los periodistas o investigadores sociales; tocando las puertas de amigos que tienen conexiones con este universo, gente que fuera confiable para ellos, y se hizo a través de una coordinación.
Foto: Cortesía Icunacury Acosta
¿Cómo lograste que narraran frente a la cámara sus historias?
Se presentó el proyecto, se les habló de la libertad que el anonimato les iba a ofrecer y cada quién tuvo sus razones para hablar conmigo. Tal vez políticas, ya que muchos perteneces a grupos y sabes que narrar su historia se convierte en un acto político para que otras victimas sepan que no están solos y, además, les dice a los gobiernos que tienen que hacer algo para frenar esto. Otros buscaron una liberación de cosas que querían hablar y no habían podido, pero nunca les pregunté por qué hablaron conmigo. Es una buena pregunta.
¿Hubo algún testimonio o declaración que tuviste que omitir por seguridad?
Muchos. No me parece ético señalar nombres sin probar por qué y a veces en la línea narrativa, señalar a alguien te obliga a construir las razones por las cuales lo haces. La libertad del diablo no es una película que pretenda exhibir. Incluso hubo personajes que no salieron por que básicamente nombraron personas, porque esto diluye la narrativa y se perde la emoción. No es propiamente una película que invite a la denuncia, más bien es una que invita a la reflexión. No se omitieron cosas por seguridad, se omitieron por narrativa.
Todos los protagonistas usan mascaras faciales para quemaduras, las cuales funcionan como metáfora de las cicatrices emocionales que cargan, además de mantenerlos en el anonimato, ¿cómo surgió esta idea?
Estos son rostros vinculados con el dolor, el cual podemos reconocer. También sabía que era una imagen que se metería en el inconsciente de quien la ve. Es una mascara que se puede convertir en una pesadilla y estoy seguro de que quien la vea no se la podrá sacar de la cabeza. Es un ejercicio psicológico fuerte.
¿Los protagonizas ya vieron la película?
Son equipos muy contarios. Sería difícil tener una función para todos. No se planteó este proyecto de esa manera. Así lo sabían ellos.
¿Hubo algo que no pudiste meter por tiempo?
En las películas siempre quedan muchas cosas. Quiero editar un libro con todos los testimonios, a manera de apéndice de la película. Se necesita crear una conexión con la gente, por que si bien no sabes el nombre o no ves el rostro de la persona, sí sabes quién habla.
Foto: Cortesía Icunacury Acosta