10 películas para rentar en Casa Caníbal

Si alguna vez te has quedado atrapado a cientos de kilómetros del amor de tu vida, preguntándote si realmente vale la pena todo el dolor y el estar revisando el celular a cada momento, Pawel Pawlikowski hizo una película para ti. Con una historia de amor monocromática que abarca dos décadas y cuatro países en la Europa de la posguerra, el cineasta polaco ha creado una odisea universal deslumbrante y dolorosa a través del corazón humano y todas sus extrañas compulsiones.

El filme narra la historia Zula, una cantante y bailarina, y Wiktor, el pianista del conjunto de danza tradicional polaca. Podría ser la película más romántica y dolorosa que verás en mucho tiempo, o simplemente un recordatorio realmente doloroso de la que se escapó. 

Parece que la limpieza de un hotel se hacen por arte de magia. Si bien es un servicio incluido en el costo de la habitación, nunca hemos reflexionado sobre qué debe de suceder para tener una sábana sin arrugas y toallas en forma de cisne. La camarista de Lila Avilés muestra de manera casi documental, la miseria, la soledad, el estrés y los tratos que reciben los empleados de los hoteles de lujo.

Fue la ganadora a Mejor largometraje mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2018, y presenta a Eve (Gabriela Cartol), encargada de mantener limpio el piso 21 de un hotel cinco estrellas. Ella trabaja largas jornadas por lo que encargar a su hijo con niñeras y tratar de no hundirse en este ritmo de vida; para Eve, una sábana arrugada puede representar su despido. La camarista nos hace reflexionar sobre el trabajo en los hoteles, pero sobre todo en cómo el capitalismo deshumaniza a las personas, las ata de manos y las obliga a entregar su vida para solventar las tontas necesidades de los ricos. 

Lo vimos muchas veces en los encabezados de prensa: “La película más sangrienta de la historia”, “Desmayos y vómito en el estreno", "Prohíben cinta por su nivel de violencia". La mayoría de estas afirmaciones carecen de sustento o son una simple exageración, pero en Voraz (Raw, 2016) estas aseveraciones tienen algo de cierto.

La cinta cuenta la historia de una inocente jovencita, Justine (Garance Marillier), quien cursa el primer año de medicina veterinaria en la universidad. Como toda una novata, la protagonista pasa por diversas pruebas para ser aceptada en el grupo de amistades, una de ellas incluye comer vísceras crudas. Un reto complicado para una chica vegetariana. Sin embargo, ese bocado despertará un deseo animal en Justine por la carne roja, transformando radicalmente su comportamiento. 

¿Qué pasa cuando mamá regresa a su casa después
 de una serie de cirugías plásticas? ¿Qué hay debajo 
de todo ese vendaje y aislamiento justificado por las prescripciones médicas? Lukas y Elias, un par de gemelos de nueve años, prefieren tener sus reservas al respecto. Ellos viven con su madre en una casa cerca del bosque; sin embargo, a diferencia de los clichés del cine de horror, no se trata de una construcción vieja y con antecedentes poco amigables.

Su hogar tiene tintes vanguardistas y está decorado con pinturas de rostros distorsionados, un set sencillo que aprovechan los cineastas Severin Fiala y Veronika Franz para crear una atmósfera asfixiante y atemorizante. Conforme pasa cada minuto, los tres personajes toman actitudes sorprendentes, que no dejan predecir quién y cómo dará la siguiente dosis de terror. Aunque se retoman puntos clásicos del género, a todos se les da un vuelco inesperado.

La cineasta británica, Lynne Ramsay —Ratcatcher (1999), El viaje de Morvern (2002)—, vuelve con este thriller impresionista y audazmente enigmático —historia de la emocionante novela corta, del mismo nombre, de Jonathan Ames—. Esta venganza se centra en el fornido, barbudo y taciturno sicario Joe (Joaquin Phoenix en un look poco atractivo), quien está firmando un contrato en la escena inicial, aunque nunca descubrimos de qué se trata. De hecho, la película de Ramsay da sugerencias visuales y auditivas sobre la historia de fondo, los motivos y el personaje de Joe.

El más breve de los flashbacks sugiere que ha estado en el ejército y la policía, y que cuando era niño, su papá lo maltrataba, pero aparte de verlo llevar a cabo su trabajo —su arma preferida es un martillo—, todo lo que sabemos sobre Joe es que vive con su mamá y se preocupa por ella. Aún así, somos testigos de sus tratos con un contratista, que le prepara un trabajo: para descubrir el paradero de su padre político y regresar con su hija quien se encuentra secuestrada.

Todo esto puede traer a la mente Taxi Driver (Martin Scorsese, 1946), pero la película de Ramsay es muy diferente. Sin querer distraernos con los detalles precisos de la historia, o del mundo en el que Joe habita, se enfoca en su vida interior. Utiliza sutilmente el rostro y el lenguaje corporal de Phoenix, una banda sonora compleja, un estilo de edición flexible y la maravillosa fotografía de Thomas Townend para lograr una películas sólida y original. 

El director de Irreversible (2002), Gaspar Noé, nunca ha tenido miedo a la controversia, y Climax no es una excepción. Pone en marcha los decibeles musicales, y su trabajo de cámara provoca náuseas, aun así es una sobrecarga sensual que hará latir tu corazón. Todo comienza con una serie de entrevistas en video de una compañía de danza francesa, con la actriz y bailarina franco-argelina Sofía Boutella. 

Dominando el estílo de una pantalla de TV retro, enmarca entrevistas; se pueden ver libros y películas en el fondo que insinúa el caos que se avecina. Luego nos lleva directamente a un ensayo de danza en una remota residencia a las afueras de París. La acción se captura en una larga y fascinante toma, cambiando hipnóticamente de un bailarín a otro. Luego viene la fiesta posterior. Se sirve sangría, pero hay un ambiente extraño en la habitación. Los bailarines se dan cuenta rápidamente de que el LSD se ha disparado.

Inventiva y seductora, esta pieza de cámara infernal seguramente dividirá las opiniónes. Parte musical y parte tratado político, con más que un guiño a la Divina comedia de Dante, Noé se encuentra con Clímax en su posición más decadente y diabólica.

“Los mexicanos nacemos donde se nos da la gana”, decía Chavela Vargas, la cantante de rancheras más famosa de México, quien se codeó con el mismísimo José Alfredo Jiménez y tuvo una relación estrecha con el director español, Pedro Almodóvar.

A seis años de su muerte, las directoras Catherin Gund y Daresha Kyi rescatan la historia la costarricense-mexicana y presentan este documental con material inédito de la cantante; entrevistas a sus exparejas y amigos cercanos. Esta cantante se llevó las palmas de todo México gracias a su gruesa voz y su manera de cantar —llena de dolor y sufrimiento—, pero más allá de su talento fue una artista que se abrió camino en un mundo machista. Chavela rompió estereotipos y se plantó fuertemente en el escenario, con pantalones y sin maquillaje, para hacerle saber a todos que no importaban las preferencias sexuales que tuviera, ella iba a hacer lo que le apasionaba: cantar.

Este trabajo pone sobre la mesa la manera en la que Chavela empoderó a las mujeres en una industria liderada por hombres y, sobre todo, cómo le dio visibilidad a la comunidad de lesbianas sin siquiera mencionar su preferencia sexual.

Trond —Henrik Ragaelsen— y su hija, Thelma —Elili Harboe— caminan sobre un lago congelado hacia el bosque. La pequeña se detiene a ver los peces petrificados bajo sus pies y su padre la observa con ternura. Cuando llegan al otro lado perciben un ruido; un ciervo está frente a ellos. Trond pide guardar silenció y saca lentamente un rifle, el cual apunta directamente a la cabeza de Thelma. Con esta estresante escena inicia la nueva película de Joachim Trier —director de Louder Than Bombs (2015) y Repise (2006)— un thriller no apto para fotosensibles que nos recuerda a Carrie (1976), de Brian De Palma.

Joachim Trier retrata la angustia que la sociedad infringe a las personas y muestra que en el primer mundo todavía existe la intolerancia. Este filme nos lleva por un tortuoso camino lleno de luces estroboscópicas que nos inducen a pequeños infartos en los que tus deseos de hacen realidad.

La historia de Güeros se desarrolla en el encono de una huelga universitaria temporalmente indefinida, aunque con claros referentes a la UNAM durante el último año del siglo pasado. Tomás (Sebastián Aguirre), un adolescente incorregible para su madre, es enviado de Veracruz a la Ciudad de México para vivir con su hermano Sombra (Tenoch Huerta) y su compañero de cuarto Santos (Leonardo Ortizgris); ambos son estudiantes de la Universidad, que lleva ya cerca de nueve meses en paro académico, y ­se pronuncian “en huelga de la huelga”. Obligados a romper con su prolongado estatismo, los tres jóvenes y Ana (Ilse Salas), amiga de Sombra y participante activa de las manifestaciones estudiantiles, recorren la Ciudad de México (ese otro personaje de múltiples rostros) en busca de Epigmenio Cruz, un mítico músico que pudo salvar el rock mexicano y quien, cuenta la leyenda, “en alguna ocasión hizo llorar a Bob Dylan”.

Claudia, una demostradora de supermercado, termina en la sala de emergencias de un hospital público debido a un cuadro de apendicitis. Un par de horas antes de someterse a la operación conoce a Martha, su compañera de cuarto, una exactriz quien se encuentra en fase terminal por VIH, y a sus cuatro hijos: la obsesiva y madura Alejandra, la deprimida Wendy, la precoz Mariana y el inquieto Armando, el menor de todos, quien es el responsable del particular nombre de la película. Después de abandonar el hospital, Martha invita a la chica tímida y reservada a comer a su casa. Sin embargo, lo que parecía un simple encuentro fortuito se convierte en una relación de complicidad, ya que ambas necesitan algo a que aferrarse. La visita de Claudia se extiende, alterando el frágil orden de ese hogar, revelando los vicios y virtudes de quienes lo habitan.

Sin embargo, la manera en que vemos a los personajes cambia radicalmente cuando uno se entera de que la directora ha omitido en los créditos un detalle vital: la historia tiene tintes personales. Si a esas alturas la película ya había conseguido conectar con el público, el saber que la directora decidió confesarse como un proceso sanatorio, vuelve entrañable la experiencia.