Me avisaron de un bar –cuyo nombre hay que preguntar dos veces– en donde
los tragos estaban excelentes, y que según esto, servían un tuétano increíble. Con toda sinceridad, no imaginé la magnitud de lo que se escondía en Sinaloa, en plena Roma.
Me perdí entre Medellín y Monterrey, caminé la cuadra sin sospechar que el lugar no posee un letrero exterior. Lo descubres por sus anfitriones en la entrada, casi como escoltas de seguridad. Iba sin reservación, pero no me iría sin descubrir el misterio así que le eché ganas.
Llegué al comedor ubicado en la planta baja, mis sentidos se saturaron al procesar la decoración y fue entonces que comenzó el surrealismo. Todo era elegante, simulaba un patio con un piso verde de patrones circulares que se extendían a la pared y hacia el techo. Me sentaron junto a un área privada con una mesa de destellos caoba y rodeada por un librero color turquesa. En una pared, arriba de todos, proyectaban un filme de Hayao Miyazaki.
Averigüé que la cocina era de Irak Roaro y le regalo mi 2017 por el tuétano con topping de short rib. Hornean el hueso con migas de panko y chiles secos, encima tenía trozos de short rib de sabor acaramelado y unas cebollitas con sabor ácido. Acompañado de una salsa martajada de jitomate y tortillas calientitas. Quedé con el ojo cuadrado: no probé una mejor receta en todo el 2016. Lo acompañé con un coctel aggi-doggi de ron y campari, lo especial es que lo hacen con una compota de ciruela con chile que lo vuelve especiado y el jugo de toronja le brinda un amargor perfecto.
Era momento de subir al bar y recorrí rápidamente los cuartos: Calypso, Malawi y Gili; cada espacio único, pensado para compartirlo con amigos en un fiesta destornillada. De decoraciones con elegancia retro, tapices rayados monocromáticos o floreados y coloridos, mosaicos de colores, espejos, sillones, candelabros, vaya, cada una de personalidad distinta y sería inconcebible que no te dieras la vuelta a conocerlos y a contemplar la posibilidad de pasar la noche, consulta con ellos los precios y la capacidad.
Al llegar al bar en la terraza (también conocida como Tigre) todo cobró sentido pues Ramón Tovar –Gin Gin– es el mixólogo en jefe. Sus cocteles llevan nombres que homenajean al tigre, desde una perspectiva histórica y hasta mitológica.
Pedí un thigra de mezcal vermut y matcha, refrescante y terso. Lo sirven en un contenedor artesanal, lo describiría como una gota prismática pues la base es un hexágono y se levanta en punta casi piramidal, tiene espejos y te ves reflejado en cada trago.
Salir fue como haber estado en un sueño exótico de cocteles, bocados espectaculares y una máxima estética en interiorismo. Quedé con una sensación de abstinencia que me obliga a decirte que debes conocer Hotel Casa Awolly: con mixología, gastronomía y arquitectura trabajando conjunto, el resultado fue una suculenta obra de arte nocturna.