En la Italia siglo XVIII, se le decía cicerone (léase 'chicherone') a la persona encargada de mostrar las bellezas artísticas de una ciudad, como una especie de proto-guía turístico. En nuestros días, el término se usa para nombrar a un sommelier de la cerveza y, en el caso específico de la colonia Roma, a una cervecería con ubicación privilegiada.
Sin embargo, pese a encontrarse justo frente a la Fuente de la Cibeles, son pocas las personas que transitan por la noche cerca del Cicerone, por lo que es posible sentarse a beber tranquilamente en su terraza.
Aunque sus espacios no son del todo cómodos –las sillas son altas y angostas– es uno de esos bares para ver pasar toda una tarde. La atención es excelente: se preocupan por los parroquianos, sin estar encima de ellos todo el tiempo.
Los precios accesibles permiten probar varios platos para compartir, como huevos rotos con chistorra, costillas de cerdo asadas en cerveza negra, o unas magníficas minihamburguesas de sirloin.
Con respecto a la cerveza, considero que la artesanal mexicana es motivo de orgullo, y, ante la pena de sonar como miembro de un partido populista, creo que con los ejemplos que tenemos, poco o nada necesitamos maltas extranjeras. En El Cicerone, por ejemplo, ofrecen la Házmela Rusa: una imperial stout con chocolate orgánico de Tabasco y chiles secos.
Pero hay para complacer a todos: la carta ofrece cervezas alemanas, rusas, y hasta una favorita sudamericana, la uruguaya Patricia, una porter de tres maltas distintas.
El Cicerone es el bar ideal para vivir una tarde de domingo soleada y tranquila, acompañado de una buena cerveza y una torta ahogada de pato.