En 1927 el novelista estadounidense John Dos Passos publicó un ensayo en la revista New Masses luego de visitar México, al que tituló ¡Pinta la Revolución! Ahí compartió sus impresiones de la vibrante escena artística que descubrió en la Ciudad de México, en particular del muralismo.
En su texto, Dos Passos critica el elitismo del arte en galerías y museos, y alaba el poder social del arte mural, tras quedar hechizado por los frescos de Diego Rivera, José Clemente Orozco y Roberto Montenegro. “Ir a ver los murales de Diego Rivera en los pasillos de la Secretaría de Educación Pública te reforma”, escribió. Concluía su ensayo: “Si [el muralismo] no es una revolución en México, quisiera saber entonces qué es”.
La exhibición Pinta la revolución: Arte moderno mexicano, 1910-1950, organizada por el Museo de Arte de Filadelfia y el Museo del Palacio de Bellas Artes, toma su nombre del título de aquel ensayo, y también se inspira del espíritu de diálogo e intercambio cultural con Estados Unidos. Es uno de los proyectos más exhaustivos en torno al arte moderno de México, al revisar cuatro décadas, de 1910 a 1950.
“El movimiento muralista que Vasconcelos ayudó a poner en marcha se percibe tanto como una manifestación artística arquetípica de la Revolución Mexicana como una contribución notable de la nación al arte de los tiempos modernos”, observa Mathew Affron, uno de los curadores de la exposición, en el catálogo que acompañó a la muestra en el Museo de Arte de Filadelfía.
Tres artistas se consolidaron como representantes del movimiento: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, los “tres grandes”. Rufino Tamayo participó en el arte mural con un estilo innovador y diferente, menos didáctico, que no reivindicaba cuestiones políticas, sino que plasmaba motivos de las culturas prehispánicas de forma más abstracta, poética y universal. Sus obras dominarán buena parte de la exhibición.
Sin embargo, las grandes piezas del muralismo son, por naturaleza, inamovibles, lo que presenta un problema en el contexto de una exposición como esta. Los curadores decidieron enfatizar las herramientas creativas y el contexto alrededor de la corriente muralista, como la iconografía y nuevos métodos pedagógicos que influyeron a los artistas, a través de bocetos, pintura de caballete, grabado, fotografía, libros y periódicos de la época.
Además, se realizó un proyecto de digitalización y proyección interactiva, para acercar al público a tres obras: la serie de murales que Rivera realizó para la Secretaría de Educación Pública; El retrato de la burguesía, creado por David Alfaro Siqueiros para el Sindicato Mexicano de Electricistas, y La épica de la civilización american,a de José Clemente Orozco, ubicado en el Dartmouth College, en Hanover, New Hampshire.
La ventaja de tener esta exposición que se presentará ahora en el Museo del Palacio de Bellas Artes, después de su estancia en el Museo de Arte de Filadelfia, es que a unos cuantos pasos de las salas, dentro del Palacio, encontramos murales impactantes como La Khatarsis y Nueva democracia, de Orozco, y El hombre controlador del universo, que es la segunda versión de una polémica obra de Rivera destruida en Nueva York. Más allá de este recinto, toda la ciudad guarda tesoros de arte mural.
La exposición también presentará una revisión de otras corrientes alternativas como el estridentismo. En otro núcleo, se aborda el intercambio cultural con Estados Unidos, donde varios artistas mexicanos realizaron comisiones. Finalmente, exhibirá obras del periodo de mediados de los años treinta.