En el 2000 se plantó una semilla en Iztapalapa. Sus raíces germinaron con velocidad, al grado de 15 años después, de sus ramas ahora cuelgan frutos de todos los sabores y colores: 60 talleres, divididos en artes visuales y escénicas, música, comunicación; y oficios, como carpintería y grabado. Es el Faro de Oriente.
Más de mil 700 personas se inscriben cada semestre a sus clases. En esta fortaleza cultural con murales se respira creatividad. Hay músicos, artesanos, bailarinas y hasta lechugas plantadas en botellas de plástico.
José Luis Galicia, director del Faro de Oriente, cuenta que durante estos tres lustros se han materializado infinidad de proyectos, como los montajes de Día de Muertos, las presentaciones de su Coro Infantil en el Auditorio Nacional, talleres de cartonería impartidos en Europa, y un primer lugar en pintura infantil a nivel Centroamérica y el Caribe.
La fábrica de artes y oficios no surgió de manera espontánea. El proyecto se plantó en lo que fuera un basurero, para contrarrestar la pobreza y marginación de la zona conurbada de la ciudad. La intención era bombardear de arte y cultura a las generaciones más jóvenes para evitar la violencia y la ignorancia. El talento ha florecido gracias al trabajo en conjunto de los maestros, los alumnos y la sociedad.
Tania Espíndola, por ejemplo, ingresó al grupo de canto desde que era niña, ahora lleva casi tres años dando clases en el Coro Infantil y el Ensamble de Jazz. Dicho coro es cada vez más riguroso. Ahora hay niños seleccionados en el Coro Infantil de la República, además de que participan con la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez (cúspide del Sistema Nacional de Orquestas). “Sus padres no los obligan a venir, ellos tienen muchas ganas de aprender”, comenta la profesora.
“El Faro es un manantial de experiencias y oportunidades. Por ejemplo, uno de mis alumnos que estuvo 10 años en el taller, ahora es profesor de pintura en una universidad. Como esa historia hay muchas", narra Andrés Mendoza, artista plástico que forma parte del proyecto desde hace 13 años.
Al igual que los otros maestros, Zopi, vocalista y bajista de Los Rastrillos, se entusiasma por compartir su experiencia. “Lo que más me gusta es la inquietud de los chavos por formar sus grupos. Organizamos sesiones colectivas muy interesantes en las que se expresan diferentes géneros, como el reggae, la música latina, el blues y el jazz. El Faro es un oasis en Iztapalapa que también da alternativas para favorecer la economía”.
Un ejemplo de trabajo comunitario es el Colectivo Última Hora, formado por Joaquín Segundo, Alejandro Pacheco, Ramón Espinoza, Juan Vázquez, Raúl y Marco Antonio Osorio, Jeremy Carbajal Ortiz y Héctor Hernández. Sus principales trabajos son de cartonería, con calaveras tradicionales, como las que hicieron para la película Spectre, de James Bond, grabada en el Zócalo. Todos ellos definen al recinto como su segundo hogar. Espinoza, artesano y de madre alfarera, resume la sensación de muchos al palpar ese mundo: “Cada creación viene un poco de nuestros sueños. La técnica no nada más resuelve, se complementa con corazón y pensamiento”.