1. Nuestra señora de las iguanas (1979)
Cuando Graciela arribó a Juchitán, Oaxaca hacia finales de los setentas —por invitación de su amigo Francisco Toledo—, difícilmente imaginaba que ese viaje produciría la imagen más importante de su acervo. Había compartido algunos días con las mujeres, ganándose su respeto, cuando decidió visitar el mercado. Ahí conoció a “nuestra señora de las iguanas”, Sobeida Díaz, mientras transportaba los animales a modo de corona para venderlos como alimento.
Contrario a la romantización a la que podría recurrir con facilidad, Iturbide no duda en aclarar que la foto es posada cuando se le entrevista. Tomó varios intentos coordinar a Sobeida con los reptiles y se puede constatar en la hoja de contacto que acompaña la impresión final. Eso poco importa porque Sobeida, inmortalizada en plata sobre gelatina y reproducida millones de veces, conoció todo el mundo —¿sería mejor decir que el mundo la conoció a ella?— y encontró un segundo hogar en los barrios latinos de Estados Unidos, que le acogieron como estandarte identitario.