Exposición Graciela Iturbide
Foto: Cortesía Palacio de Cultura Citibanamex-Palacio de Iturbide
Foto: Cortesía Palacio de Cultura Citibanamex-Palacio de Iturbide

5 fotografías esenciales de la exposición Graciela Iturbide: Cuando habla la luz

Descubre algunas de las imágenes capturadas por la fotógrafa mexicana en el Palacio de Cultura Citibanamex-Palacio de Iturbide

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Si la luz habla en las fotografías de Graciela Iturbide es porque ella misma descifró su lengua, le estudió con rigor y, como sólo pocos podrían hacerlo, aceptó también la penumbra y la sombra —¡vaya sombras las que habitan su imaginario!—. En el trabajo de la fotógrafa mexicana es notable el minucioso cuidado formal y, más sobresaliente aún, su curiosidad por lo que le rodea; un inquietante diálogo con el mundo.

Hoy convertida en una de las figuras más importantes de la historia fotográfica, Iturbide presenta en la exposición Graciela Iturbide: Cuando habla la luz, bajo la curaduría de Juan Rafael Coronel Rivera, una retrospectiva de 45 años de carrera: un vasto portafolio del que elegimos 5 imágenes imprescindibles para tu recorrido. 

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Fotografías imperdibles de la retrospectiva de Graciela Iturbide

1. Nuestra señora de las iguanas (1979)

Cuando Graciela arribó a Juchitán, Oaxaca hacia finales de los setentas —por invitación de su amigo Francisco Toledo—, difícilmente imaginaba que ese viaje produciría la imagen más importante de su acervo. Había compartido algunos días con las mujeres, ganándose su respeto, cuando decidió visitar el mercado. Ahí conoció a “nuestra señora de las iguanas”, Sobeida Díaz, mientras transportaba los animales a modo de corona para venderlos como alimento.

Contrario a la romantización a la que podría recurrir con facilidad, Iturbide no duda en aclarar que la foto es posada cuando se le entrevista. Tomó varios intentos coordinar a Sobeida con los reptiles y se puede constatar en la hoja de contacto que acompaña la impresión final. Eso poco importa porque Sobeida, inmortalizada en plata sobre gelatina y reproducida millones de veces, conoció todo el mundo —¿sería mejor decir que el mundo la conoció a ella?— y encontró un segundo hogar en los barrios latinos de Estados Unidos, que le acogieron como estandarte identitario.

2. Ojos para volar (1991)

Esta cautivante pieza encierra uno de los temas favoritos de la autora: las aves. Por años las ha perseguido, atrapando su imagen en película sensible sin pensar demasiado en su destino. En este inusual acto simbólico que ella misma protagoniza, la fotografía nos revela un mapa de ruta, una conclusión a la que todos podemos llegar: hay que volar y morir. No necesariamente en ese orden.

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3. Rosa (1979)

A estas alturas debería ser claro: Iturbide domina el retrato con tal asertividad que se le facilita explorar cualquier situación, por mundana que parezca. En este desnudo destaca la naturalidad de la persona, se le observa sin artificio, libre y rebosante de entusiasmo. No es un simple caso de estudio o, peor aún, una cosa petrificada en la historia para el mero goce instantáneo —como es usual en la vertiginosa producción audiovisual en "tiempos del internet"—.

Rosa vive, siente y respira. Su postura es la de alguien en completa comunión con su cuerpo y espacio, en una situación que difícilmente se comparte con extraños, lo que manifiesta que la fotógrafa es, al mismo tiempo, documentalista y confidente.

4. Magnolia (1986)

Tomada en Juchitán, Oaxaca, esta fotografía explora la dualidad masculina-femenina desde una perspectiva única. El juego visual propuesto a través del espejo huye del lugar común, de su empleo como utilería voyeurista y, en su lugar, reivindica la naturaleza compleja de la experiencia humana: un ángulo nuevo, otros espacios, otros mundos se manifiestan como recompensa para quien decide explorar lo que a bote pronto no se ve.

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5. Sin título (Desierto de Sonora, 1979)

Esta mujer que atrapa nuestra atención por su resiliencia, proviene del tiempo que Graciela compartió con los indígenas Seri. Rodeada de lo que sólo podemos suponer es un paisaje adverso, ella confronta sin rodeos a la cámara o, mejor dicho, al observador, quien de inmediato acorta su distancia con la imagen y se convierte en observado. Es una dinámica cuidadosamente construida que demuestra que, para la artista, la fotografía no es una simple herramienta de producción, sino un pretexto para ir al encuentro de otros.

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