A 22 años de la captura y muerte de Pablo Escobar, su hijo Juan Pablo (hoy llamado Sebastián Marroquín) tomó el reto de escribir una biografía sobre su padre que reflejara tanto el lado amoroso del capo más temido de Latinoamérica, como su autoría en los crímenes por los que se vincula la muerte de más de 10 mil personas.
¿Cómo fue la primera vez que te diste cuenta que el trabajo de tu papá no era un trabajo común y corriente?
Mi padre siempre nos dijo que su profesión era bandido, por lo que no hubo un momento específico familiar, pero sí uno histórico en Colombia: la muerte del ministro Rodrigo Lara Bonilla, en el '84. Yo tenía siete años. En el pasado, yo había acompañado a mi padre a sus campañas políticas y a sus obras de caridad en las zonas más abandonadas de Medellín. Veía cómo las multitudes lo adoraban y cargaban pancartas con su nombre. Hablaban de él con mucho amor y gratitud. Eso cambió cuando el ministro Lara decidió enfrentarlo públicamente y expuso en noticieros que mi papá era narcotraficante. Entonces comenzó un enfrentamiento entre las instituciones y mi padre, que desencadenó en la muerte del ministro. En vez de amanecer en nuestra casa en Medellín, despertamos en Panamá y todo cambió para nosotros. Empezamos a huir a su lado, a ser tratados y perseguidos como delincuentes por el simple hecho de ser su familia.
Fuiste la persona con quien más habló Pablo Escobar antes de su captura. ¿De qué charlaban en esos últimos días?
Como vivíamos encerrados, simplemente esperábamos a que el tiempo pasara. Nuestras charlas eran muy crudas en cuanto a la participación que tuvo en varios crímenes a lo largo de la historia de Colombia. Pude narrar la historia con un nivel de detalle sin precedentes porque él me la contó de primera mano.
Según el libro Killing Pablo, una gran pista para la captura de tu padre fueron justo esas conversaciones que tuvo contigo por radio y por teléfono el año antes de su muerte.
Mi padre se dejó capturar. Fue exitoso durante 15 años para huir de la CIA, de la DEA, de los DDI, de la INTERPOL, de todos los ejércitos y servicios de inteligencia del planeta, y de todos los cárteles de drogas. Nunca lo agarraron y ese día sí, porque él quiso, no porque los otros lo ubicaran. Él quería morir ese día porque sabía que tenía que liberarnos. Nosotros ya éramos rehenes del Estado -no protegidos- y la condena estaba muy clara: moría él, o moríamos nosotros.
La relación con tu papá era muy cercana y amorosa; sin embargo, también lo retratas como criminal en tu libro.
Era muy amoroso como padre. El estereotipo que han construido otros productos sobre él no tiene nada que ver con la realidad. Era un hombre muy violento, pero no tenía violencia para decir las cosas. Separaba claramente la crianza de sus hijos con su vida como criminal. Siempre lo sentí comprometido con educarme como un hombre de bien. Qué paradoja, ¿no? Un bandido de esa naturaleza, queriendo que su hijo se comporte distinto a él. Por supuesto, afuera mandaba matar a todo mundo, pero dentro de casa cumplió un rol a pesar de los problemas.
¿Te tocó presenciar su lado violento de primera mano?
Nací en el epicentro de la violencia. Yo veía cómo mi padre ejercía violencia y cómo esa violencia regresaba contra nosotros. Nos pusieron una bomba en el 88 y ahí comenzó la era del narcoterrorismo en Colombia. Mi padre, como respuesta, ordenó la explosión de más de dos centenares de bombas. Fui testigo de la escalada de la violencia, de cómo un acto único termina desencadenando una serie interminable de actos cada vez más atroces.
"La condena estaba clara: o moría él, o moríamos nosotros"
Él me decía que agradeciera que tenía con qué comprar mi pasta de dientes, porque él nunca había tenido esas posibilidades. Siempre me llevaba a hacer obras de caridad con él para que no olvidara los niveles de pobreza que vivía nuestro país. En el patio trasero de mi casa había elefantes, jirafas, cebras y rinocerontes. La gente se moría de hambre afuera de esa realidad. Él buscaba que yo fuera tan consciente como él de cómo el Estado llegaba a olvidar a la gente. Él ocupó el vacío que el gobierno dejó: construyó escuelas y canchas deportivas, iluminó los lugares, proveyó de viviendas dignas, regaló taxis para que las familias tuvieran herramientas de trabajo... por eso sobrevivió todo el tiempo, por el amor de quienes el Estado había ignorado. Al final, nos decomisaron todo y el Estado, en vez de reparar a sus víctimas, repartió entre los políticos la fortuna de nuestra herencia, que debió quedar para reeducar a una sociedad. El Estado mismo revictimizó a las víctimas de mi padre al no reconocerlas, al no repararlas y al robarse lo que era para ellas.
¿Cuál fue para ti el mayor reto al escribir este libro?
Reconocer la totalidad de los crímenes en los que mi padre participó y pedirle a la editorial que me ayudara a no caer en el juego fácil de la apología del delito, sin que por ello renunciara a los afectos que yo tenía hacia mi padre.
¿Has leído otros libros sobre Pablo Escobar?
Los leí todos y me aburrí muchísimo de tanta mentira. Hay una gran influencia de organismos de seguridad detrás de cómo se cuentan estas historias. Caso concreto, como relato en mi libro, es la renuncia de Fujimori y la caída del gobierno peruano. Mi madre y yo teníamos que firmar un libro que usara la historia de mi padre y mintiera acerca de ese gobierno para derrocar al presidente. Me negué a hacerlo. Rechacé visas, el lavado de todo nuestro dinero y vivir como reyes en Estados Unidos, a pesar de que necesitábamos salir del país porque estaban por matarnos. No me pareció correcto, pues a mí no me constaba, ni me resultaba verídica la teoría de que Fujimori y Montesinos tuvieran una relación con Pablo Escobar. Como me negué a hacerlo, mi tío, quien es informante de la DEA, les hizo el favor. A la semana renunció Fujimori. Ahí puedes ver un ejemplo muy claro de cómo organismos de seguridad sugieren determinados libretos a los escritores y narradores de la historia de mi padre para interferir en temas políticos de Latinoamérica. Eso es lo que, para mí, termina dándole validez a este texto: yo no vendí mi dignidad en mi beneficio ni en detrimento del nombre de otras personas.
Tu memoria más feliz con Pablo Escobar.
El día que fui a visitarlo a la cárcel La Catedral, porque pensé que iba a aprovechar la oportunidad que le había dado la sociedad de confesar sus delitos, de pagar una condena y de reincorporarse a la vida civil; una oportunidad que desaprovechó. Yo lo prefería viejito, canoso, lelo, pero vivo, y visitándolo en una cárcel tranquilo.
¿Por qué crees que la haya desaprovechado?
Cuando se entregó a la justicia, los titulares eran "Pablo Escobar se entregó a la justicia", cuando debieron ser escritos al revés: "La justicia se entregó a Pablo Escobar". Como vio que la justicia se entregó a sus pies, pensó que podía seguir haciendo lo que le diera la gana.
¿Cuál crees que sea la solución a los problemas actuales del narcotráfico?
Hay que declararle la paz a las drogas. Cuando se anuncia la guerra, los narcotraficantes están dispuestos a matar y el Estado tiene que utilizar los mismos métodos para combatirlos. Esto se convierte en una guerra sin final. El mayor ejemplo es que llevamos 40 años aplicando la misma fórmula y los resultados están a la vista: ya perdimos la cuenta de cuántos capos cayeron, pero el negocio sigue funcionando perfecto. Nunca ha faltado droga. A mi padre se le acusaba de ser responsable del 80% de toda la cocaína a nivel mundial. Murió, y al día siguiente, ¿subió el precio de la droga? No. ¿Faltó un gramo de cocaína en la calle en los Estados Unidos? Tampoco.
¿Cómo se le declararía la paz a las drogas?
Regularizando, legalizando, a través de la cultura y de las oportunidades que el Estado debe brindar a los ciudadanos no encuentren en el negocio de la violencia la única salida para alimentar a sus hijos. Cuando el Estado prohíbe, abandona su responsabilidad frente a la regularización de todas las sustancias que circulan, y entrega en las manos de los narcos la calidad de las drogas; al narco no le importa la calidad de las drogas ni cuida de sus clientes. No digo que las drogas sean buenas, pero son peores a causa de la prohibición. Declárale la guerra a la pizza y vas a tener violencia igual.
Sobre la situación de narcotráfico que hay actualmente en México.
México y Colombia son, simplemente, países que sufren el rigor de la violencia que incitan las políticas prohibicionistas. Estas guerras no se trasladan a países consumidores. Acá nos matamos los jóvenes por llevar el producto con el que allá se la pasan de fiesta. Allá legalizan, acá siguen prohibiendo.
Mi invitación es a que se revisen esas políticas que nos dejan un legado atroz. Las librerías están llenas de estas historias. Ya estuvieron prohibidos el café, el tabaco y el alcohol y hubo guerras y muertes por eso. Se terminaron cuando el Estado reguló y se hizo cargo del problema. ¿Quieres 20 años más de prohibición? Tienes 20 años más de estas matanzas.
Pablo Escobar, mi padre. Juan Pablo Escobar. Editorial Planeta. 2015.