Hernán Cortés y sus huestes tomaron la plaza de Tlatelolco y pusieron fin a la conquista de Tenochtitlan un 13 de agosto, día de San Hipólito, por lo que se decidió honrar al santo benefactor con un templo. Eligieron el punto de la calzada de Tacuba donde ocurrió la matanza de la Noche Triste. En este lugar abrió sus puertas, en 1577, el primer hospital para dementes de América. Después de varias restauraciones y de recibir el aval del INAH, es uno de los más bellos salones de eventos sociales de la ciudad (no pierdas la oportunidad de ir a una boda o graduación). A menos que seas devoto de San Judas Tadeo, evita pararte por aquí cualquier día 28 porque el lugar se convierte en el epicentro de una peregrinación masiva que paraliza Reforma.
Su arquitectura impide apreciar toda la vida de su interior, pero de cuando en cuando hileras de personas rebasan sus puertas en esperan de una función de teatro o una exposición. Fue abierto en 1976 en ese resquicio entre Reforma, la Alameda Central y la antigua Pinacoteca Virreinal. El lugar no tiene relación con Cuba ni su embajada, pero alberga todos los eventos relacionados con el poeta que murió por la libertad de la isla caribeña de la corona española. Si no te interesan sus talleres gratuitos de ajedrez, sus cursos de lengua indígenas ni sus funciones de cine, vale la pena, al menos, echar un vistazo al mural monumental de su galería, Canto a Martí, del maestro Luis Nishizawa con la colaboración de artistas cubanos.
En el costado norte de la Alameda, un punto a menudo asediado por manifestaciones, este sitio integra la rica historia virreinal con la corriente de los hoteles boutique. El lugar fue la antigua Hostería de Santo Tomás de Villanueva. De aquí partían los misioneros agustinos rumbo a la evangelización de las Filipinas. Los argumentos históricos salen sobrando al tumbarse en su azotea lounge, llamada Cielo de Cortés, como imaginando el paraíso que el conquistador hubiera preferido, con un mojito en mano. Si lo tuyo es platicar menos y comer más, su restaurante cuenta con una selección culinaria que integra lo mejor de la comida mexicana.
Tomar un trago rodeado de historia es la garantía de este lugar, pues justo enfrente se encuentra enterrado Benito Juárez y Francisco González Bocanegra, en el Panteón de San Fernando. El lugar tiene unos 80 años de antigüedad, según estimaciones de meseros y clientes, pero no tiene ninguna alegoría histórica. Es más bien un local con ambiente oficinista y cuatro pantallas que programa videos de VH1 cuando no suena la rocola. El verdadero encanto de este sitio es el ser un pequeño oasis en el cruce más importante de la red del Metro, donde puedes hacer una pausa y reorganizar tu impresión sobre el entorno, con botana incluida.
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