Ahora que el Metro pasa enfrentito, vale la pena lanzarse a la estación Culhuacán y redescubrir el único convento de la ciudad que conserva pintura mural del siglo XVI. El lugar es increíble y hace poco le dieron su manita de gato. Tenemos mucho que agradecerle a los agustinos que instalaron su convento dedicado a San Juan Bautista, en el muy antiguo pueblo de los colhuas.
El monumento que hace referencia al descubrimiento de los restos óseos de una pareja con más de 9 mil años de antigüedad no tiene mucho de especial, pero ofrece una oportunidad para conocer uno de los 16 pueblos de Iztapalapa, el de Santa María Aztahuacán. Hace apenas medio siglo permanecía fuera de la mancha urbana. Aquí se celebra una tradición de más de 100 años en la que un grupo de tintilimales visita a los vecinos con un cráneo envuelto en un paliacate, cada primero de noviembre.
No está fuera de proporción el “domicilio conocido”, verdaderamente cualquiera puede llegar si se sube y sube y sube hacia el punto más alto del cerro. El museo es feo, por qué no decirlo, pero es más feo que pocos capitalinos lo conozcan, especialmente porque acá pueden entenderse de un modo claro asuntos interesantes, como la ceremonia del Fuego Nuevo o la geografía del Valle de México. Recomiendo mucho visitarlo.
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