Haz un viaje en el tiempo para transportarte a esa época en la que lo único que podías beber en las pulquerías era, valga la redundancia, pulque. Si acaso habrá un refresco, pero nada de agua ni cerveza. Aquí lo mínimo que te sirven es un litro, nada de los minitarritos ni de los “litros” que no llegan a 750 ml. de las pulquerías hipsterizadas.
El establecimiento lleva más de 70 años y la mayoría de la gente tiene edad avanzada, aunque no faltan parejas cuarentonas ni grupos de veinte y treintañeros que quieren adentrarse en la tradición. De comer siempre hay algún guisado (chicharrón, por ejemplo) con tortillas del negocio homónimo de al lado, pero si prefieres algo más botanero, la señora que vende pepitas y cacahuates estará ahí echando la broma con los más asiduos asistentes.
También estará el bolero, por si quieres que le echen grasa a tus zapatos al ritmo de la rocola (en la que casi todo el tiempo suena banda). El litro de curado cuesta $50 y puedes pedirlo para llevar. Aunque ya no se prohíbe la entrada a las mujeres todavía llama demasiado la atención, al punto de la incomodidad, si hay personas del género femenino que cruzan por el piso con aserrín, sin la custodia de un hombre.