El techo de juncos y la luz, entre amarilla y verde, hacen gran parte del trabajo, pero es cuando llega el segundo mezcal que ya pueden convencerte: estás en la playa. Excepto que decidas fijar tu mirada en la calle (Álvaro Obregón en plena agitación nocturna), la fantasía puede mantenerse por horas.
En La Lavandería –local hermano de la ya mítica mezcalería Clandestina– el tiempo se va rápido y eso no tiene ninguna desventaja porque, para cuando el monchis llega, aparece un buen pozole casero, ya sea rojo o blanco, sustituyendo la desesperada búsqueda nocturna de tacos.
Si no quieres algo muy pesado, puedes botanear con un esquite, ate con queso o unas chalupitas. Hay de portobello, tinga, pata y de lenteja. Estas últimas son la mejor sorpresa con su sabor fresco, cítrico y hasta picante, compañía ideal para tu mezcal.
Otro detalle importante es que la música también se disfruta, de Bob Dylan y Paolo Nutini a una que otra ranchera colándose por ahí. Eso sí, a un volumen decente para que puedas seguir platicando sin que las letras de las canciones acentúen tus penas, pues para eso está el mezcal.