¿Dónde se divierten las personas que no son divertidas? Esta es una duda existencial que nunca me plantée hasta llegar a Aramy’s. Apenas cruzo la puerta, presiento que me encontraré con algún personaje fellinesco en los oscuros rincones de este chalet. Pero no: el lugar está vacío y, a las 7pm, una banda arranca con “Hey Jude”.
La gente entra a cuentagotas: grupos de amigos de la colonia, amantes del rocanrol que piden su canción favorita (en servilletas porque, como todos sabemos, esa es la mejor manera de comunicarse con una banda), y familias con bebés que agitan la cabeza al ritmo de “Octopus Garden”. Todos son ejemplares rarísimos de homo sapiens sapiens, de esos que no encuentras en ningún otro lugar. Por momentos pienso que pertenecen a una extraña logia que le rinde culto a los setenta. Aramy’s no sólo ha sido “la casa de los Beatles por 43 años”, sino que también es un criadero de especies endémicas.
Margaritas, congas y piñas coladas abarrotan las mesas. De comer, hay platos de carnes frías (pedacitos de salchicha, jamón y una que otra aceituna), alambres y tortas que sólo recomendaría en tiempos de hambruna.
Después del cuarteto de la Portales Oriente, una banda malísima de covers de rock clásico hace su luchita por imitar a Led Zeppelin. Entre canciones, un imitador de Enrique Guzmán cuenta algunos chistes. Si no quieres que te involucre en su acto, no te sientes hasta delante.
Luego, una mujer hace una presentación vulgar y perfecta de baladas clásicas y dolorosas. Nunca había escuchado una versión de “Por cobardía” entonada con tanta aflicción.
Si Aramy’s estuviera en la Roma o en el Centro, estoy convencido que sería visitado por los fans de la diversión poco ortodoxa que ya están cansados del Patrick Miller o el Marrakech. Claro, un show travesti no estaría de más.