Es un sobreviviente. Ha amenizado con sus bebidas calientes y sus deliciosos pasteles una infinidad de pláticas desde antes que Starbucks siquiera pensara en que esto puede ser un negocio.
Creo que el secreto del lugar está en las mesas, suficientemente pequeñas para tener cerca a tu interlocutor, pero no tanto para pensar que en realidad le regatearon al tamaño para meter más consumidores. El café es bueno, pero repito, es sólo un pretexto para lo realmente sabroso, la charla. Aunque a mí me encanta llegar sobre el strudel de manzana, lo correcto es detenerse un segundo ante el refrigerador de la entrada y elegir un pastel. Por lo francés ni te preocupes… nunca lo encontrarás. Solo es un nombre en una marquesina vieja para identificar este agradable lugar.