Para llegar, primero hay que entrar a un restaurante de una cocina americana llamado Lenox, en la Juárez. Después, hay que cruzarlo hasta llegar a unas puertecillas y caminar por un pasillo oscuro. Entonces se despliega una bodega amplia y elegante a la que bien podría haber ido el Gatsby contemporáneo. El ambiente nostálgico y festivo del lugar corre a cargo de la música: el jazz. Haya show en vivo o no, el género suena durante toda la noche para propiciar veladas envueltas en rondas de cocteles, hamburguesas, pláticas relajadas y buena música.
A unos pasos de la Fuente de los Cibeles y con un concepto inspirado en el célebre poema “The Raven” de Edgar Allan Poe, este nuevo antro se antoja gótico, oscuro, lúgubre e intenso, todo eso que nos encanta a los amantes de las noches largas. Cuando escuché de este speakeasy me encantó la idea de visitar otro bar secreto y casi inaccesible.
Un bar especializado en gin tonics que, además, tiene una virtuosa sección de su carta que homenajea a los tragos clásicos de speakeasies, como el bee’s knees y el sazerac. Hay que pedir un coctel y una cazuelita de mac n cheese con aceite de trufa para caer redondito a los encantos del lugar.
Un piano bar quesque oculto en las entrañas del Mercado Roma que recuerda en diseño y arquitectura a algunos speakeasies de Chicago. Es un sitio pequeño, de look contemporáneo con guiños a los años veinte. Hay que estar en lista o o reservar en la página y ver si hubo cupo para poder pasar. Vale la pena intentarlo para escuchar algo de buena música.
Hace tres años todo el DF hablaba de un misterioso bar escondido tras la puerta del refrigerador de un restaurante, al que sólo podías entrar si conocías a alguien que supiera en dónde estaba: era el primer speakeasy oficial de la ciudad. Aunque hoy la dirección ya ha sido revelada, y su carta de coctelería está más cargada hacia lo contemporáneo, un aire de intimidad y shows de jazz en vivo siguen recordando a su concepto original.
Cocteles clásicos agitados desde una esquina a las orillas de la Condesa. Felina lleva años siendo el bar favorito de muchos por sus diestras manos tras la barra. La música y la decoración –que recuerda a los veinte— hacen el resto. Aquí hay pláticas largas, noches inesperadas, vecinos de la Escandón y grandes tragos. El Hendrick’s sour es infalible.
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