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Algo tiene el birote que todos creen tener una gran verdad respecto a él: es imposible prepararlo en la CDMX por la altura, la masa o el tipo de agua. A pesar de que en El Pialadero saben muy bien que estas teorías pueden ser más leyendas urbanas, ellos prefieren traer el pan de Guadalajara. Llevan 14 años haciéndolo así. Su éxito y sus largas listas de espera durante los fines de semana les dan la razón. La estrella del menú es, por supuesto, la torta ahogada. La preparan con birote salado y puede ir rellena de carnitas o de camarón.
El pan es realmente crujiente, absorbe la salsa sin humedecerse por completo. La salsa de chile de árbol es muy picosa; la opción de pedirla “muerta” (completamente ahogada en salsa) es una buena idea si quieres terminar balbuceando y con la cara entumida. Eso sí, para entrarle a este platillo típico hay que estar dispuesto a enchilarse, aunque hay alternativas acordes con el grado de audacia de cada comensal: sumergida sólo un cuarto, un medio o tres cuartos.
Otro de los platillos típicos de Guadalajara que vale la pena probar aquí es la carne en su jugo. La barbacoa, en cambio, no es su fuerte. Les queda sobrecocida y un tanto insípida. La jericalla tampoco es algo sobresaliente, es sólo un postre con vainilla y azúcar, parecido al flan, sin mucho chiste. Los nostálgicos de Guadalajara tienen un lugar donde sentirse en casa, gracias a que El Pialadero se encargó de traer la torta ahogada a la ciudad.
Un trompo al pastor con vista a la calle, un par de planchas a todo calor, un ambiente de taquería y una barra de frutas y verduras son la combinación perfecta para una abundante comida.
El local es grande, pero un sábado por la noche tal vez tengas que esperar a que se desocupe una mesa. El menú es el de una taquería y juguería, porque además de las tradicionales aguas frescas de fresa, guayaba o alfalfa, te preparan jugos naturales como un antigripal o un jugo saludable, que lleva naranja, piña, apio y perejil (perfecto para una buena digestión por la cantidad de fibra). Puedes pedir tus combinaciones favoritas o una de sus cervezas artesanales y te olvidas un día del refresco.
Para comer se van con lo clásico; como el pastor, las tortas y los volcanes, pero con un buen surtido de entradas. Prueba los frijoles los chilangos, que son una versión deliciosa de los frijoles charros, o bien, un caldo de camarón o un queso fundido.
Su receta de carne al pastor sabe auténtica, con achiote y algún cítrico, sobre todo es colorida y bien dorada. Puedes pedir una orden de tres tacos al pastor o en un alambre (con pimientos y cebolla a la plancha y mucho queso), el cual debes probar con tortillas de harina, es una de las mejores opciones en su menú. Tienen un alambre especial que se llama los chilangos, de arrachera y camarones.
Las tortas hablan por sí mismas cuando te llegan a la mesa ya que están enormes esas teleras. Prueba la chilanga, con pastor, jamón, piña y queso (con su...
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Hambre es lo que no te quedará cuando vengas a probar estas tortas de enorme tamaño, especialmente la clásica de clásicas: la de milanesa de res, que sirven tostadita, con mucho queso, aguacate, cebolla y jitomate.
El local sobresale en Prado Norte por su aspecto de taquería, donde además hay un enorme refrigerador con aguas frescas de horchata, mandarina, cítricos, mango, lima y limón con chía, que te quitarán la sed.
Arrumacos de sabor y gozo al paladar desfilan por la barra de Bravo, una lonchería coquetísima en preparaciones culinarias en comparación con los tradicionales locales de azulejos que en otro momento abundaban por la cuidad.
Bajo el espíritu de amor por el antojito, Rodrigo Chávez, Luis Serdio y Bernardo Bukantz, hicieron una remasterización de algunas de sus joyas de su food truck, Primario, y presentan aquí una curaduría tortera que alborota la imaginación. Tras leer el menú, la boca confirma que aquí se vive del #foodporn.
El foreplay lo dio el pambazo de pulpo a las brasas con puré de papa y quesos mixtos, un bocadillo pizpereto para comenzar.
Luego, una torta de pan casero y rabo de res estofado, suave y jugoso; camote dulce, alioli de café y perejil por aquí y allá. Una mordida y el jugo de la carne ya chorrea por los dedos. El disfrute es lento, alegre y la cosa se va poniendo a tono.
Todavía con energía, pedimos la torta de short rib con relleno negro. La cebolla morada encurtida se asoma a la escena para darle variedad al asunto, no nos vayamos a aburrir. Su acidez es un contrapunto para la carne. Por otro lado, la torta de chile ancho relleno de pavo en caldillo de hoja santa va con todo; se entrega sin pudor la condenada. El picor, la nota dulzona del pavo, lo aromático de la hoja santa y el pan esponjado que se humecta en cada bocado con el caldillo… ¡ah, un suspiro! Se escapan las sonrisas para los chefs que se pasean por la barra.
Aguas de sabores como la de...
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Entre los restaurantes destinados al perenne encanto turístico de Coyoacán, este lugar ha sido una autoridad en materia de tortas de raigambre española desde 1988.
Cómo se agradece cuando, apenas te sientas, el mesero –que domina cada ingrediente de una carta dividida en tortas, tapas, platos fuertes y lo nuevo– te ofrece una sopa minestrone de cortesía. Ya en otra ocasión había tenido la oportunidad de comprobar que la reputación de las tortas (la de calamares con chimichurri y la de morcilla con longaniza blanca son infalibles) y su relación precio-calidad adecuada.
Por ello, esta vez confío en la recomendación del chef José Miguel García y arranco con el tártar de atún fresco al ajillo, un plato intensificado por la sal de grano y los trocitos de aguacate. A mi izquierda hay un congelador que presume una respetable cantidad de cerveza artesanal e importada, selección que pone a La Barraca como un verdadero lugar de propuesta. Prueba también su paella tradicional.
Un poco después de las dos de la tarde, las 12 mesas del pequeño y acogedor espacio ya están ocupadas, pero el servicio permanece ágil y amable. Entre calimochos, tapas y calamares a la romana, el bullicio propio de Coyoacán se olvida por un momento. Además del menú fijo, cada semana cambian los platillos especiales, lo que implica que además de róbalo, pechuga de pollo a la plancha, chamorro de ternera y cochinito cocinado, los platos fuertes pueden sumar hasta diez, algo notable para un restaurante tan...
En los cincuenta, dos genios cambiaron la historia de la Ciudad de México. Específicamente en la esquina de Coyoacán y Félix Cuevas, Mario Pani daba los toques finales a su icónico multifamiliar Presidente Alemán, y Don Leopoldo Sánchez, el Edison de las tortas, pensó en poner una plancha caliente en su pequeño puesto de jugos para servir las primeras tortas calientes de la historia. Mientras uno nos daba un lugar para vivir, el otro nos daba el placer de vivir.Don Polo fue también el inventor de la torta cubana (o al menos, al igual que decenas de torterías, clama haberlo hecho). Aunque hoy en los puestos ambulantes que se respetan la cubana no lleva menos de 10 ingredientes, la versión de Don Polo destaca por su simpleza: pierna, jamón y queso. Ningún ingrediente se desborda atascadamente de la telera.La variedad de los platillos que ofrecen es increíble: paella los domingos, pollo frito, barbacoa y hasta manitas de cerdo. ¿A qué mente se le ocurriría una torta de flor de calabaza? Otra de las rarezas es la torta de chile relleno y aguacate con quesillo, la cual hará que le agradezcas al señor tortero a cada mordida.Los precios son bastante amables: uno de los paquetes incluye una torta de milanesa, café con leche y dos piezas de pan por 78 pesos.El interior es el clásico de una cafetería mexicana de los cincuenta: una barra, la cafetera cromada del que salen lecheros tan buenos como los de cualquier “café de chinos” y una abundante vegetación en el área de jugos. Los...
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La fila de este puesto de tortas de chilaquiles es una declaración de amor a la garnacha. Cada fin de semana, la esquina de Tamaulipas y Alfonso Reyes se abarrota por sus feligreses, quienes esperan hasta media hora por esta delicadeza callejera.La clásica lleva milanesa, chilaquiles (rojos, verdes o campechanos), crema y queso. También recomendamos la de cochinita pibil. Una joya imperdible para los valientes sin miedo a las bombas calóricas.
Que no te digan que no hay lugares para comer de madrugada. No te conformes con unas quesadillas en tu casa por ser desvelado y antojadizo, mejor déjate recibir por un enorme trompo de pastor y una plancha que suena constantemente a todo calor.
Tortas al Fuego abre las 24 horas en la concurrida cuadra de Sonora antes de Insurgentes, en la Condesa. El local es pequeño con una larga barra estilo taquería y un par de mesas al fondo para los grupos de desvelados que lograron apañar. En cualquier asiento que tomes el servicio es rápido.
La especialidad son las tortas clásicas a la plancha de jamón, lomo, pierna, milanesa o pastor; pero también hay de pulpo, bacalao o cochinita. Hay sincronizada y sándwiches de salchicha, chorizo, pollo adobado o lomo, entre otras cosas pues prácticamente te los hacen de lo que sea.
Empieza por una sopa de tortilla, sustanciosa y con tiras crujientes de tortilla, crema y queso; si no te convence, los frijoles charros son una combinación voluptuosa de tocino, chorizo y rajas de chile fritas. Más que una entrada, pueden ser tu cena completa y pesada. Para algo más ligerito está el consomé de pollo y el caldo de hongos.
Todo lo de una taquería lo encuentras en el menú. Desde una orden de tacos al pastor –con o sin queso– o un alambre de arrachera (para compartir), puedes pasar por una burrita que es como un burrito de costilla, champiñones o nopales. Por cierto, también te venden el pastor por kilo.
De beber no hay pierde, balancea esas calorías...
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Por casi siete años, esta taquería montada en la esquina de Chiapas y Yucatán era la parada obligada por unos tacos al pastor y de suadero, su nueva ubicación no ha cambiado las cosas. Los tacos son buenos cualquier día ya que diario se termina la carne, lo que los hace muy frescos y apreciados por los vecinos de la colonia. El lugar es higiénico, el servicio bien encarado y los precios justos.
El secreto es pasar a cenar los miércoles ya que los tacos sencillos al pastor están al 2X1, aunque es el día más concurrido el servicio no es nada tardado, despachan rapidísimo. La primera vez que comí en un miércoles comencé por pedir cuatro tacos, esperando que al momento de pagar me cobraran sólo dos. Me entregaron un plato con ocho tacos repletos de carne dorada y humeante con cebolla y cilantro picados. Ignoraba que la modalidad es pedir, por ejemplo, dos si quieres cuatro. Tienes que decirle al taquero “dos para cuatro”, y así en múltiplos de dos, de esa manera te darán exactamente los que quieres. Cada uno cuesta ocho pesos.
Además del pastor, lo que más se vende es el suadero y los campechanos, la longaniza la sirven bien dorada y puedes pedir unas cebollitas sin costo extra. También hay gringas y los tacos con queso los sirven con aguacate. La lengua al vapor se acaba rápido así que aparta los tuyos temprano.
La salsa verde es la tradicional finamente licuada y la roja –anaranjada– es de una mezcla de chiles que la vuelven la más picante de la barra, aún no sé si le ponen...
En su reinterpretación de la comida mexicana, el multipremiado chef Enrique Olvera decidió no dejar fuera al tepache, por lo que la bebida se nutre de la cocina de autor, en medio de platillos estilizados y un mobiliario minimalista de barrio.
Aquí el sabor del tepache es mucho menos dulce –tiene esa acidez que puede llevar a alguien a hacer muecas– y más frutal que el de una tepachería, pero empata perfectamente con un emparedado de roast beef o una torta de carnitas de atún.
La presentación hipernacional de la bebida alcanza hasta su contenedor: una olla de barro o un vitrolero del que se despacha con cucharón, como si fuera puesto de aguas frescas.
En este lugar la mejor característica del tepache está fuera de él mismo. A diferencia de las tepacherías, donde las opciones para maridar son limitadas, aquí es posible experimentar con una ensalada de quintoniles y queso de cabra, o con unos esquites para picar con una charla desenfadada.
Aunque la idea de beber tepache en Polanco podría causar extrañeza a los amantes de lo clásico, el lugar demuestra que el gusto por el fermentado de piña prevalece sin importar mucho el contexto.
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