Eloise

Conocí este restaurante un miércoles. Quedé a las 8:30pm con una colega que tenía meses sin ver. La ocasión era perfecta para una buena cena con buena plática. Había escuchado mucho alrededor del matrimonio compuesto por la chef Nasheli Martínez y Abel Hernández, socios en la vida y en el concepto detrás del Eloise, quienes lanzaban a las mesas del DF una carta europea, pero cargada hacia la frontera francesa.

Calado en un ceremonioso arco de piedra y vidrio, un chic y acaramelado exterior, se reafirma adentro con una decoración moderna pero inspirada en la casita de muñecas de la princesa de Mónaco. Morados, verdes, texturas de pieles, metal y muebles vintage conforman una atmósfera que cuando me tocó ir, estaba llena de adultos mayores. Mi colega y yo le bajamos unos años al promedio, aunque no somos unos chamacos.

En los entrantes sobresalen los espárragos trufados con queso parmesano, una fresca tártara de atún con mango y crème brûlée de foie gras, un manjar de la casa que ha ganado fama. El servicio es muy atento desde nuestra llegada y el mesero nos sugiere cervezas mexicanas de Rámuri, como la Diablo, una opción refrescante para el verano.

Aunque se nos antoja algo exquisitamente francés como la crema de mejillones al Pernod o la sopa de cebolla con vino blanco, elegimos la ensalada de lechuga con parmesano, nuez de la india y arándanos. No tardamos en descubrir –la presentación es sofisticada– que debemos probar bocados que incluyan cada uno de los ingredientes para entender su combinación magistral.

Del mar, nos guiñan el ojo tres platillos: risotto trufado con camarón, el salmón rostizado con lentejas y poro trufado, y el risotto con hongos aderezado con parmesano Grana Padano. Éste es un queso italiano con denominación de origen, particularmente seco y noble: puede servirse del entremés al postre. Por su parte, la oferta de guisos terrestres consta de platillos que incluyen pollo, res, pato o cordero. El mesero nos recomienda un short rib, cuya cocción toma de siete a ocho horas para estar al punto.

La carta ofrece también hamburguesa kobe (res japonesa), pero lo que pone a volar nuestro paladar es el magret de pato con salsa de higos.

El mesero no nos sugiere platillo alguno con trufas, por lo que nos vemos en la necesidad de preguntar al respecto. Sin titubeos, comienza a comentarnos las opciones: huevos pochados con aceite de trufa y jamón de Jabugo, fettuccini trufado con salsa blanca o robalo con láminas de trufa. Nos comenta que, adicionalmente, puede pedirse una orden de cinco gramos de trufa por 120 pesos para rallar a discreción sobre los platillos. Hay trufa blanca en verano o negra en invierno, Eloise “procura tenerlas todo el año” o al menos en temporada, asegura el mesero. Nos decidimos por el pescado.

El aroma no se parece a nada que hayamos percibido antes, es fuerte e intenso, dice “¡aquí estoy!” y se queda en tu olfato por algunos segundos. Se trata de un trozo generoso de robalo sobre una cama de papas y Jabugo en trozos, acompañado de perejil frito y una salsa de trufas. Éstas, a su vez, rociadas en rebanadas sobre la carne. Para acompañar, un taza de mantequilla de trufa en cuya preparación se usa (¡piedad!) Jabugo “picado finamente”. El resultado es asombroso y la moraleja muy clara: hay que preguntar por las trufas.

Reconocido como uno de los mejores restaurantes del sur de la ciudad, Eloise ostenta un servicio impecable, una cava soberbia con vinos nacionales como Minotauro (o un Chateau Margaux para quien desee sentirse un monarca).

Con información de Alfredo Quintana Garay.