La competencia de lugares de postres (bueno, gastronmía en general) se está poniendo buena en la Roma. Aunque apenas tiene pocas semanas abierto, hay que tener en cuenta a este localito que en sus aparadores alberga quiches y tartas. Sea a la hora que sea, uno puede salir de aquí con la tripa muy sonriente después de entrarle a una tarta de pera y almendras (también tienen de manzana, limón y chocolate con fresas) y un espresso bien cargado o una infusión frutal. En su caso, un paladar salado podrá encontrar consuelo en alguno de sus quiches, de queso roquefort, manzana y nuez; champiñones y poro, o tocino y espinacas.
Su decoración, con mobiliario en madera barnizada en blanco descuidadamente, tapiz hecho con cartones de huevo, iluminación tenue y estanterías amplias, así como música a volumen justo, lo pone entre esa lista de sitios de la colonia que decidieron echarle ganitas y reflejar algo más de personalidad.
Si sus tartas te hacen decir "este cachito es para mí y este otro... también", algo más que juega a su favor es la atención de las personas detrás del mostrador: nada de amabilidad forzada y sí auténtica calidez. Algo que, ojalá, sea la constante, pues basta una visita para tener ganas de regresar de vez en cuando, hasta hacerlo uno de esos lugares a los que llegas y te saludan por tu nombre, no por mera política del lugar, sino como quien llega de visita a la barra-cocina de esos cuates que siempre tienen disponible una tarta recién salida del horno.