No sé qué serie de cosas sucedieron para que, siendo la Ciudad de México tan grande, un jovencísimo abogado cubano -llamado Fidel Castro- terminara en estos rumbos en los que se yergue un monumento en honor a un movimiento social como el que él hizo estallar.
Hay momentos de la historia que nos hacen creer en el destino. Como aquella ocasión en que ese abogado coincidió, en el interior C de la casa número 49 de José de Emparan, con un argentino bastante rebelde llamado Ernesto. La Revolución Cubana, uno de los hechos que marcaron el siglo XX, se gestó en la Tabacalera.
Desde su fundación, hace 115 años, esta colonia es testigo de nuestra transformación social. Los citadinos todavía somos todo aquello que aquí pasó: desde un baile gay clandestino en la época de Porfirio Díaz hasta masones a la francesa. Somos -hasta cuando no queremos- el reflejo del PRI y la prostitución de la zona. También un edificio art decó que conoció la gloria y luego cayó en el olvido. La plaza, moderna y la remodelada, nos representa con todo y las manifestaciones de maestros o electricistas. Somos un palacio que, de tan pretencioso, quedó inconcluso, pero que más tarde encontró cómo mantenerse en pie.
Desde la cúpula del Monumento a la Revolución, parece que las 49 manzanas del barrio nunca se acaban. Igual que su historia y todo lo que tiene por ofrecer.