Ni queda tan lejos, ni es tan complicado llegar, ni está tan feo. De hecho está precioso. Eso lo saben bien los miembros del hormiguero (Azcapotzalco significa "lugar de hormigas"), sus parientes y sus amigos, pero ¿por qué el resto de los capitalinos no valora la riqueza del antiguo reino de Tezozómoc, más antiguo que la misma Tenochtitlan? A lo mejor porque no han leído este artículo o porque no se les ha ocurrido contactar a una de sus afables cronistas: María Elena Solórzano (solmalena@hotmail.com). No hay prisa, Azcapotzalco nos espera desde el siglo XIII.
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Está enfrente del Jardín Hidalgo. El edificio formó parte del convento dominico de la parroquia de junto. Es muy interesante el busto de Manuel Gamio, quien investigó bastante sobre Azcapotzalco, la fuente del primer patio y, por supuesto, el gran mural en la escalera, reciente y ambicioso, que retrata la historia de los miembros del hormiguero, desde los tepanecas hasta los chintololo (gentilicio cariñoso que quiere decir "nalgón"). A la vueltecita hay que visitar la Biblioteca Fray Bartolomé de las Casas para admirar el mural de Juan O’Gorman. Vale la pena pasar por el “¿se registra, de favor?”.
Uno de los grandes aciertos de este parque ochentero es el que se hayan tomado la molestia de emular la Cuenca de México con todo y su islote México-Tenochtitlan. Se lo debemos al arquitecto Mario Schjetnan, quien recientemente le dio una manita de gato al parque más padre del norte de la ciudad, en donde andar en bicicleta, patinar o retozar en los prados es bastante disfrutable, siempre y cuando no sea entre semana.
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Avenida Azcapotzalco
La casa a la que se mudan los protagonistas de Nosotros los nobles (Gaz Alazraki, 2013) es la típica de avenida Azcapotzalco: gallarda, aunque descuidada. En la esquina con la calle Gacetilla está la más bonita, una roja al estilo inglés, en más o menos buen estado. También hay que tomar en cuenta la de la esquina con Libertad, y tantas otras en las que vivieron personajes cercanos a Porfirio Díaz. La caminata es larga, por lo que se hace necesario descansar en las cantinas Dux de Venecia (Av. Azcapotzalco 586) y La Luna (Av. Azcapotzalco 634), ambas en el mero centro y con casi 100 años de edad, o en la heladería El Nevado, en el 591.
La hicieron los dominicos en el siglo XVI. Con este nombre rimbombante uno esperaría una Capilla del Rosario dignísima, emocionante. La hay. Se salvó de la Guerra de Reforma. Afuera el atrio sorprende por ser el más grande de la ciudad y por haber servido de escenario para la última batalla de la Independencia. Gran lugar. No hay que pasar por alto la hormiga pintada en la torre, la cual según la creencia popular va avanzando hacia el campanario (una vez que llegue ahí el mundo se terminará, dicen).
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Recomendamos bajarse en el Metro Tezozómoc y caminar hasta la Plaza de los Ahuehuetes en donde, se supone, sigue enterrado el tesoro de Moctezuma. Hay que ir al panteón vecinal, que está muy cerca y es encantador, también a la iglesia principal de este barrio, el más antiguo de Azcapotzalco, el de los hechiceros y las callecitas en calma.
El restaurante más hypeado de los últimos lustros empezó aquí, cerquita del Parque de la China, en donde no hay que perderse la estatua dedicada a José José. Se fundó en los años setenta. Como recientemente abrieron una sucursal en Reforma 222, y en otros centros comerciales parecidos, muchos abandonaron su amor a la chef Titita. El mole sigue rico, los huazontles también, así como los postres y las aguas de sabor.
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