Qué maravilla los cabarets. Qué maravilla el Barba Azul. Puedes ir en martes y sentir que es sábado. Puedes ir en sábado y sentir que la noche será eterna, que eres un personaje de película de ficheras. La noche del DF no ha perdido su personalidad original, esa que es sórdida, sucia y encantadora.
Pedir canciones cuesta treinta pesos. Te las dedican o las cantas. Un amigo envalentonado cantó "Yo no sé mañana" y recibió aplausos. Luego, miradas cuando bailó con soltura con una chica enfundada en ajustado vestido negro. Segundos antes, ella esperaba sentada y solitaria al gallardo caballero que la invitara a pasar con él a la pista a cambio de 20 pesos por pieza, con todo y orquesta en vivo. Vaya que bailaron bien.
En un inmueble ruinoso en una esquina de la Obrera, el Barba Azul es un heroico sobreviviente de la era del cabaret a la que el tiempo le ha causado estragos: madera roída, escaleras crujientes, pisos que por más que se limpien siempre se verán sucios… pero también paredes en las se presienten historias increíbles y rastros de glorias pasadas que nutren de magia su decadencia actual.
Pagas 180 pesos por una cubeta de seis chelas, sal, limón y ya no necesitas más para que la noche deje la normalidad y te invada esa conocida sensación de que algo está a punto de pasar. Este sitio es la mejor locación para que no te des cuenta cuando la irrealidad te alcance.