Desde hace algunos años las bandas –en general, no en particular– decidieron bajarle a la distorsión de sus guitarras para dar lugar a melodías suaves, bailables y coros pegajosos.
No sólo eso, algunos músicos han hecho a un lado las letras y se han enfocado simplemente en crear secuencias repetitivas, programables y, francamente, desechables. Quizá esta sea la razón por la que muchas personas declaran que el rock murió. Esto es parcialmente cierto.
Si bien la tendencia apunta hacia sonidos más enfocados en la diversión que en la declaración, aún existen bandas preocupadas por levantar una guitarra, subir la distorsión y alzar la voz.
Un claro ejemplo de ello es Cardiel, banda formada por Samantha Ambrosio y Miguel Fraino. Provenientes de Venezuela, este dúo adoptó al DF como centro de operaciones. Aquí componen, graban, producen y agendan shows.
Su propuesta es ruidosa, cruda y no conoce la misericordia. Con sólo cuatros acordes y tres versos son capaces de crear canciones que podrían reventar los tímpanos más frágiles.
A pesar de que sus rolas son, principalmente, instrumentales, las voces que acompañan su música buscan levantar puños en el aire. Ellos protestan, pero no incitan a la violencia; alzan la voz y, llenos de orgullo, remiten a sus raíces latinas.