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Consideremos que hasta hace apenas unas semanas en este mismo lugar había una franquicia de esos lugares de tortas que se llaman Subway, y que ahora ofrece su mesitas sobre la banqueta este asombrosamente bien decorado local que armoniza con el estilo art-noveau del edificio que lo aloja: esa casona porfiriana que se conoce como El Parián. Muebles de anticuario y un segundo nivel con una bien surtida barra que por las noches sirve de lounge. Ese cambio radical de concepto habla muy bien del impulso que la Roma está tomando en los últimos meses. Queremos más restaurantes así y menos franquicias. El menú, en donde se indica claramente “cocina del mundo”, se divide en cuatro capítulos, que no tiempos: 1) Al horno de leña (con una oferta que abarca pizzas, paninis, empanadas y queso fundido, 2) De la cocina fría (en donde hay ensaladas, brusquettas, cebiches, tártara de atún, jocoque, 3) De la barra (con ingredientes para armar tu ensalada) y 4) De la cocina caliente (que sugiere tacos, hamburguesas, solomillo y pad thai). Después del nombre de cada platillo se indica, entre paréntesis y abreviado, su lugar de origen, así que tenemos platillos argentinos, mexicanos, tailandeses, italianos, peruanos, españoles, libaneses, franceses, etcétera. La idea es que se elige del menú sin importar el orden: una pizza puede ser una entrada, o la entrada es la hamburguesa y cerrar con la ensalada de la barra. Nosotros pedimos el cebiche peruano y la pizza de alcachofa con aceitunas. Del primero podemos decir que no es el mejor del mundo, y que para ser peruano parecía más mexicano, pero tampoco decepcionaba: a nuestro gusto le faltó esa acidez picosita que da la felicidad en quien lo come. Sin embargo es lo que era pues: un cebiche. La pizza tuvo mejor fortuna: con un adecuado tiempo de horneado de la masa, de forma que era crujiente por fuera y suave por dentro, bien sazonada, de gusto equilibrado, viene en porción individual y tiene forma oblonga, no redonda, lo que es siempre mejor a la hora de acomodar las cosas en la mesita. De postres había poca variedad, pero bien seleccionada. Lo mejor es el helado de queso de cabra con higos y hojitas de yerbabuena: tan rico que es como para tomarlo de pretexto, llegar a media tarde y solamente sentarse a ver pasar gente mientras se le paladea.
En tan sólo cuatro meses este nuevo lugar ubicado en la calle de Nuevo León, una de las más transitadas y competidas de la Colonia Condesa, ha logrado captar la atención del público. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero todo parece indicar que lo han logrado durante la corta vida del lugar. Se trata de una casa remodelada que ha sido decorada con un estilo ecléctico. Por donde mires seguramente encontrarás algo que llame tu atención. Destacan los espejos que forman una especie de collage con dibujos de negocios como torterías y de reparación de electrodomésticos. En la parte de afuera hay un gran patio y una terraza en la que se puede tener una comida sumamente agradable. Cuenta con una sección especial para niños en la parte de arriba para que los más pequeños no se aburran. El tipo de comida es internacional, encuentras de todo y para todos. Recomendable escuchar a los meseros con atención sobre las sugerencias del día, pueden tener buenas opciones. Se puede comenzar con unos tacos de rib eye como entrada y continuar con un consomé de pollo o con una bouillabaisse para seguir con unos camarones munición o unas enchiladas de pato en pipián verde y terminar con unos churros miniatura como postre. Hay una parte especial en la carta con platillos para recuperar la línea. El menú es obra de Ramón Orraca quien tiene más de 25 años de experiencia en el sector restaurantero y los platillos preparados por el chef Alberto Carrillo mostrando audacia y rebeldía en la elaboración. Cuentan con buen servicio de bar y una extensa selección de vinos, por lo que prácticamente podrás tomar la bebida que se te antoje. La clientela se ubica por arriba de los 35 años y tiene ambiente familiar durante los fines de semana. Tal como lo dice su nombre, es un bonito lugar para comer.
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La casa de ladrillos, famosa en la colonia Roma pues todos sus materiales fueron traídos desde Londres ha pasado por muchas transformaciones. En su momento hogar de un rico banquero, después del presidente Obregón y de sus amantes, para después quedar en manos de Olivia, una famosa madame que administraba una casa de citas en este lugar. Mucho tiempo después fue comprada por los arquitectos de LRDF quienes lo convirtieron en un hotel. El día de hoy Olivia es el nombre de uno de los tres restaurantes del hotel, el cual sigue tentando a sus clientes con sus placeres culinarios. El Chef Richard Sandoval creo un menú sencillo pero completo para sus invitados. Sandwiches y pizzas encabezan la lista de platos para probar. La hamburguesa, hecha con carne de primera, cebollas caramelizadas, una suave mayonesa de chipotle y coronada con un bollo hecho en casa y ajonjolí negro rematando la vista es una prueba de cómo un platillo que podría ser común en otros lugares en la lonchería Olivia se vuelve una experiencia extraordinaria. A pesar de tener dos pisos, los lugares ubicados en la terraza de la lonchería son los más codiciados. Desde ahí se puede observar a quienes pasean por la calle de Orizaba sin ser molestados, disfrutar de una tarde soleada acompañado de buena comida y buena bebida con los amigos o simplemente tener un momento tranquilo para saborear de la comida sin prisa alguna.
El menú es un pizarrón blanco con ruedas que van pasando de mesa en mesa. Choca un poco con la estética y la decoración del restaurante que van más hacia lo conservador y elegante, pero su razón de ser es que en él escriben el menú cada día dependiendo de los ingredientes frescos que encontraron esa mañana. Ese es el concepto del restaurante: comida fresca y orgánica seleccionada cuidadosamente para crear el menú de cada día. Como el nombre del restaurante lo dice, dentro de sus especialidades están las alcachofas, éstas las preparan a la parrilla condimentadas con especias. Vale la pena ir sólo para comerlas, están muy condimentadas de manera que cada bocado tiene un gran sabor, pero eso sí, se te quedará hasta el día siguiente. Tienen perfectamente dominado el arte de cocinar alcachofas, siempre están en su punto, ni muy suaves ni muy duras, a esto se le agrega el ajo y los condimentos y se termina de cocinar en la parrilla. Es un poema. Para continuar con el ingrediente estelar, la pasta con alcachofa viene con una crema suave, camarones y fetuccini hecho en casa, también una delicia. El menú va cambiando así que siempre encontrarás algo nuevo que probar.
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El hotel más emblemático de la colonia más emblemática de la ciudad tiene este disperso restaurante. Disperso en todos los sentidos y no necesariamente para mal: el espacial, por el modo como se distribuye el servicio de restaurante en el edificio; el decorativo, por la selección exquisita pero inesperada de su mobiliario; y el gastronómico, por la propuesta bien pensada pero informal de sus platillos. Con ya varios años de ofrecer este concepto, la cocina liderada por el chef Keisuke Harada, plantea desde desayunos con chilaquiles, o buffet frío con frutos rojos y salmón con panes, a comidas construidas alrededor de una variedad de inspiración japonesa. Decíamos, pues, disperso. Ahora bien, no es esta dispersión de los sabores y los espacios un defecto; por el contrario, favorece una atmósfera desenfadada –deberíamos decir, muy condechi– cosmopolita, fresca, dog-friendly y sobre todo móvil: da la sensación de que se pueden subir y bajar las escaleras, ir de una mesa a otra, de un cuartito al patio central. La cocina despierta a la vez simpatías y escepticismos: algunos aman sus chilaquiles, otros los encuentran caros. Unos la encuentran gourmet, otros la valoran sólo como comida de hotel. Lo cierto es que este es un lugar donde lo que menos importa es la comida, sino la estrella de Hollywood que está sentada en la mesa de junto, el célebre escritor francés que discute en la mesa de la esquina, las modelos brasileñas perfectas que comen sus platos mínimos, o el vecino de la zona que se encuentra a sus amigos en otra mesa después de ir a pasear a sus perros. Un sólo defecto del que todos son unánimes: el servicio que ahí sí, también es disperso, pero no se vale.
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