Para hablar del Palacio de Bellas Artes debemos trasladarnos al siglo XIX. En ese entonces, el Teatro Nacional fue remodelado con motivo del crecimiento cultural de la Ciudad de México, y ligado a los festejos del centenario de la Independencia de México se construyó un palacio de mármol que ahora es uno de los 50 lugares que debes visitar al menos una vez en la CDMX.
Su historia
Recordemos que el entonces presidente de México, el general Porfirio Díaz, tenía cierto interés por afrancesar la Ciudad de México y la construcción del Palacio de Bellas Artes no libró esta tendencia. Lo curioso de este punto, es que Díaz recurrió a un arquitecto italiano para conseguirlo: Adamo Boari. Como parte de la técnica que estaba de moda, el art nouveau (arte nuevo), Boari utilizó acero y concreto en la construcción del esqueleto, para posteriormente revestirlo con mármol.
Se tenía contemplado un máximo de cuatro años para la construcción, pero debido a que el terreno se comenzó a hundir se retrasó la obra. Posteriormente, en 1910, hubo otro motivo para detener los planes: el estallido de la Revolución mexicana, que hizo que el proyecto se parara indefinidamente. En 1928 se retomaron las obras con Fernando Mariscal como arquitecto, quien sustituyó el estilo art nouveau por el art déco, con la implementación de materiales como el ónix y el mármol.
En 1932, el entonces secretario de hacienda Alberto J. Pani impulsó la idea para que fuera terminado por completo y así se transformara en un foro dedicado a las artes escénicas y plásticas en la Ciudad de México. Fue a partir de ese momento que el Teatro Nacional tomó el nombre de Palacio de Bellas Artes.
Como dato curioso, las esculturas colocadas en la plaza que se encuentra frente al recinto, diseñadas por el catalán Agustín Querol, originalmente fueron colocadas sobre el cubo de la sala principal del Palacio de Bellas Artes. Cuando la obra fue suspendida, estas representaciones de Pegaso volaron a Palacio Nacional, entre 1921 y 1928. Después, cuando Ignacio Mariscal fue el responsable de concluir el proyecto, detectaron un error de diseño que impidió que las colocaran nuevamente en su lugar original, así que se quedaron afuera.
Más allá de los murales de Diego Rivera
El Palacio de Bellas Artes es famoso no solo por su bella arquitectura, sino por su acervo: alberga 17 murales de artistas nacionales que se elaboraron entre 1928 y 1963. Entre los murales se encuentran El hombre controlador del universo (1934) y Carnaval de la vida mexicana (1936) de Diego Rivera; La Katharsis (1934) de José Clemente Orozco; La nueva democracia (1944) y Tormento de Cuauhtémoc (1951) de David Alfaro Siqueiros; La piedad en el desierto (1942) de Manuel Rodríguez Lozano y otros tantos.
Todas las obras de arte arriba mencionadas son de gran valor histórico. Y también son motivo suficiente para que todo visitante y habitante de la Ciudad de México que desee conocer más acerca de los muralistas de nuestro país, debe considerar al menos una visita al Palacio de Bellas Artes.
Por si el legado de los muralistas no fuera suficiente, el palacio de mármol también alberga al Museo del Palacio de Bellas Artes, del INBAL (antes INBA). Este museo ha permitido que veamos en la Ciudad de México exposiciones como: El París de Toulouse-Lautrec, El París de Modigliani y sus contemporáneos, la controversial Emiliano Zapata después de Zapata, Louise Bourgeois: petite maman y Rojo mexicano: la grana cochinilla.
Y como buen espacio dedicado a las bellas artes, no podían faltar las áreas dedicadas al teatro, la danza y la ópera. Por eso, este palacio cuenta con tres salas; Manuel M. Ponce, Sala Adamo Aboari y la principal, siendo este último teatro el lugar por excelencia para disfrutar de óperas, música de cámara y obras de teatro.
De esta forma, el edificio —con su cortina de cristales diseñada por la casa Tiffany— se ha convertido en una de las mejores sedes para ver el trabajo de grupos de ballet como la Compañía Nacional de Danza y el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández.
Ya sea para apreciar solo por fuera los primeros trazos de Adamo Boari, entrar para recorrer sus pasillos, disfrutar de las exposiciones que alberga en su museo o gozar grandes espectáculos en su sala principal, este edificio de la Ciudad de México es realmente lo que sugiere su nombre: un palacio —bellísimo— para las bellas artes.
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