¿Reducir a José Guadalupe Posada como el jocoso creador de la Catrina o revisar su labor como crítico incisivo? Este año se cumplen un centenario de la muerte del ilustrador y grabador. A propósito de la efeméride se preparó un extendido homenaje durante todo 2013.
Nacido en San Marcos, Aguascalientes, en 1852, se formó en los oficios de dibujante, ilustrador y litógrafo, a través de los cuales retrató su convulsa época en gacetillas y periódicos opositores al régimen porfirista. Al ilustrar noticias y hacer caricatura política en publicaciones, que se asumían como trincheras de denuncia, hizo del grabado una herramienta política. Esta muestra revisa precisamente el siglo que siguió a su muerte.
En una época también revolucionaria es una oportunidad para pensar la manera en que podemos relacionarnos con sus imágenes y descubrir hoy su frescura. La revisión de su obra comenzó hasta 30 años después de su muerte, en 1943, con una exposición organizada por la SEP, irónicamente a cargo de un gobierno de discurso revolucionario.
Más de uno ha lamentado que Posada viviera en el anonimato y en la pobreza. Tal vez valdría pensar que en vida no tuvo éxito como artista porque su finalidad no era exponer ni conseguir una beca, sino encarar la realidad con sus medios: ilustrar manuales de divulgación para las clases menos instruidas; caricaturizar a los políticos y funcionarios, a las damas elegantes y revolucionarios. La catrina, antes que imagen de llavero, fue una burla a la pretenciosa clase alta en el porfiriato. Más que procurarle ovaciones por su genio, hoy vale insistir en la vigencia de su crítica. Desempolvarla para nuestros ojos.
"La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera", decía el artista cuyos restos hoy descansan en la fosa común del Panteón de Dolores.