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Si Juan Villoro no fuera uno de los escritores mexicanos más prolíficos de la actualidad, igual habría que creerle cuando habla de la Ciudad de México sólo por los más de 50 años que ha vivido en ella y todo lo que puede recordar. Ha sido estudiante de la UAM, académico de la UNAM, colaborador de medios locales, cronista, aficionado al surrealismo mexicano y futbolero: le iba al Necaxa desde que era un equipo de esta ciudad. Escucharlo hablar del terremoto de 1985 es revivir un hito en la historia reciente de la ciudad a través de un relato aderezado con figuras que envuelven de fascinación hasta la tragedia.
En sus crónicas, cuentos y ensayos se cuela su feeling defeño, no lo puede evitar. Pero su narrativa hace menos gris todo lo relativo a esta ciudad. Si nos disgustan los árboles de Coyoacán con chicles en la corteza o nos agradan las alfombras de jacarandas durante el verano, él le pone palabras a esos sentimientos.
Villoro ingresó este martes 26 de febrero a El Colegio Nacional, al que también pertenecieron Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Octavio Paz. A la ceremonia asistieron otros grandes pensadores y figuras de la ciudad, como Elena Poniatowska y Cuauhtémoc Cárdenas. El autor presentará próximamente El vértigo horizontal, un compendio de reflexiones y narraciones en las que la ciudad aparece como protagonista.
Juan Villoro será uno de los conferencistas de Mextrópoli. Primer Festival de Arquitectura y Ciudad, organizado por Arquine, que tendrá lugar del 22 al 26 de marzo. Mextrópoli quiere llevar la discusión sobre la ciudad a sus habitantes.
¿Por qué deberían escucharla?
No están obligados a escucharla. En esta ciudad cada quien encuentra su manera de contribuir al caos y de lidiar con él. Pero si queremos sobrevivir, más vale que hagamos planes comunes. La curiosidad por los temas de la ciudad es un asunto de supervivencia.
Una ciudad con tantas capas de arquitectura e historia, ¿tiene espacio para más?
En los últimos años, hemos pasado de la expansión horizontal a la vertical. En los años cincuenta, la ciudad tenía cuatro millones de habitantes. Ahora tiene una cantidad indescifrable, que oscila entre los 18 y los 20 millones. Nunca antes en la historia de la humanidad había habido una expansión semejante. Sin embargo, la ciudad privilegió las construcciones bajas, con excepciones como la Torre Latinoamericana.
Ahora esto ha cambiado, tanto en las obras viales, como el segundo piso del Periférico, como en los edificios que crecen por todas partes. No parece muy atractivo padecer un terremoto en un piso 64, pero ése será el deporte extremo de los futuros habitantes de la ciudad. Tras la muerte de José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis parece extinta una era dorada de la narrativa de la ciudad.
¿Qué más puede aportar la literatura?
La literatura siempre puede aportar algo nuevo. Cervantes escribió el Quijote a partir de un género que se consideraba extinto, la novela de caballería, y en el DF hay obras extraordinarias posteriores a los autores que mencionas, como El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, Señorita México, de Enrique Serna y Hombre al agua, de Fabrizio Mejía Madrid.
En su casi medio siglo viviendo en esta ciudad, ¿cuál es el cambio que destaca?
El nivel de tolerancia de la gente para enfrentar los signos del Apocalipsis y la capacidad de convertir los desechos en adornos, de los árboles de chicle a los zapatos colgados de los cables de luz.
En sus crónicas, cuentos y ensayos se cuela su feeling defeño, no lo puede evitar. Pero su narrativa hace menos gris todo lo relativo a esta ciudad. Si nos disgustan los árboles de Coyoacán con chicles en la corteza o nos agradan las alfombras de jacarandas durante el verano, él le pone palabras a esos sentimientos.
Villoro ingresó este martes 26 de febrero a El Colegio Nacional, al que también pertenecieron Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Octavio Paz. A la ceremonia asistieron otros grandes pensadores y figuras de la ciudad, como Elena Poniatowska y Cuauhtémoc Cárdenas. El autor presentará próximamente El vértigo horizontal, un compendio de reflexiones y narraciones en las que la ciudad aparece como protagonista.
Juan Villoro será uno de los conferencistas de Mextrópoli. Primer Festival de Arquitectura y Ciudad, organizado por Arquine, que tendrá lugar del 22 al 26 de marzo. Mextrópoli quiere llevar la discusión sobre la ciudad a sus habitantes.
¿Por qué deberían escucharla?
No están obligados a escucharla. En esta ciudad cada quien encuentra su manera de contribuir al caos y de lidiar con él. Pero si queremos sobrevivir, más vale que hagamos planes comunes. La curiosidad por los temas de la ciudad es un asunto de supervivencia.
Una ciudad con tantas capas de arquitectura e historia, ¿tiene espacio para más?
En los últimos años, hemos pasado de la expansión horizontal a la vertical. En los años cincuenta, la ciudad tenía cuatro millones de habitantes. Ahora tiene una cantidad indescifrable, que oscila entre los 18 y los 20 millones. Nunca antes en la historia de la humanidad había habido una expansión semejante. Sin embargo, la ciudad privilegió las construcciones bajas, con excepciones como la Torre Latinoamericana.
Ahora esto ha cambiado, tanto en las obras viales, como el segundo piso del Periférico, como en los edificios que crecen por todas partes. No parece muy atractivo padecer un terremoto en un piso 64, pero ése será el deporte extremo de los futuros habitantes de la ciudad. Tras la muerte de José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis parece extinta una era dorada de la narrativa de la ciudad.
¿Qué más puede aportar la literatura?
La literatura siempre puede aportar algo nuevo. Cervantes escribió el Quijote a partir de un género que se consideraba extinto, la novela de caballería, y en el DF hay obras extraordinarias posteriores a los autores que mencionas, como El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, Señorita México, de Enrique Serna y Hombre al agua, de Fabrizio Mejía Madrid.
En su casi medio siglo viviendo en esta ciudad, ¿cuál es el cambio que destaca?
El nivel de tolerancia de la gente para enfrentar los signos del Apocalipsis y la capacidad de convertir los desechos en adornos, de los árboles de chicle a los zapatos colgados de los cables de luz.
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