La vida no hubiera sido igual sin los speakeasies. Fue dentro de esos bares clandestinos de la Prohibición que se crearon algunos de los grandes cambios sociales del siglo pasado. El jazz inundaba el aire y la música propiciaba uno de los primeros pasos para la integración racial; las mujeres comenzaban a beber en público frente a los hombres y la mayoría olvidaban los corsets y el pelo largo para adoptar la moda “varonil” de las flappers; la creación de cocteles arrancaba con mayor intensidad para esconder el sabor del gin casero con jugos de frutas y miel. La Primera Guerra Mundial por fin había terminado y la generación postbélica sólo quería divertirse en el boom económico que se respiraba. Una nueva generación había nacido.
Por suerte para los millennials del DF, podemos regresar a los bares de los veinte sin tener que esperar un carruaje en París a la medianoche. Los speakeasies –o al menos los bares inspirados en ellos— aquí siguen emergiendo para sumergirnos en jazz y hedonismo. Uno de ellos es el recién abierto Parker.
Para llegar, primero hay que entrar a un restaurante de una cocina americana llamado Lenox, en la Juárez. Después, hay que cruzarlo hasta llegar a unas puertecillas, abrirlas, y caminar por un pasillo oscuro. Entonces se despliega una bodega amplia y elegante a la que bien podría haber ido el Gatsby contemporáneo, con una larguísima barra, sillones de terciopelo, mesitas de madera y un escenario con cortinas rojas.
Lo mejor: a pesar del concepto, no hay que preocuparse por averiguar la dirección ni de estar en la lista, pues el lugar en realidad no es secreto y la entrada es libre.
En bebidas, hay varios tipos de licores, destilados, digestivos, algunos vinos y más de 30 cocteles, predominantemente clásicos, aunque, según el personal del lugar, el fuerte son los tragos de whiskey.
Probé el mojito, el martini clásico, el negroni, el martini jack honey (su sustituto de carajillo), el singapore sling, el gin tonic y el red sour. Si bien no estaban mal, creo que la primera impresión del lugar exorbitó mis expectativas. La mayoría de los cocteles sabían diluidos, lo cual me lleva a sospechar que, más que un problema de ejecución, hay un problema de hielos. En cocteles, un buen hielo marca toda la diferencia, pues tienen una dilución más lenta y respetan el trabajo y la mezcla del bartender. Habrá que arreglar ese detalle para hacerle honor al espacio. Otra observación: a la carta de los cocteles no le haría mal una descripción por cada uno. Por el momento mi recomendación es dejar correr las cervezas Colimita Paramo (y reírte de sus descripciones poéticas en la etiqueta).
En cuanto a comida, Lenox proporciona munchies deliciosos, como minihamburguesas, sándwiches, hot dogs con chilli, papas a la francesa y pollo frito.
La columna vertebral y el ambiente nostálgico y festivo corre a cargo de la música: el jazz. El escenario está ideado para tener músicos de jazz en vivo. Haya show o no, el género suena durante toda la noche para propiciar veladas envueltas en rondas de cocteles, hamburguesas, pláticas relajadas y buena música.
Un lugar que promete ser el favorito de muchos, un gran precopeo para Mono y, entonando las cosas tras la barra, un nuevo referente de la vida nocturna de la ciudad.