Toma 1 EXT. BIERGARTEN – DÍA
La tarde está muriendo y parece ser el momento ideal para subir a la terraza del edificio de Michel Rojkind donde ahora está todo mundo. Se abre el elevador. Lo primero que veo es una marabunta de gente. Intento encontrar una mesa para mí y mis tres amigos. Es imposible. A duras penas alguien accede a compartir espacio con nosotros. Dejamos nuestra tabla de quesos de Lactography para averiguar a quién podemos pedirle una cerveza. Cuando por fin se acerca alguien, me dice: “Oye, amiga, no pueden tener ese queso aquí”. Empezamos mal… Ya no por lo del queso, sólo por el “oye, amiga”. Eran los días del Corredor Cultural Roma-Condesa, por lo que pensé que era complicado vivir una experiencia pura de este lugar. Antes de que el malhumor llegara, huí.
Toma 2 EXT. BIERGARTEN – DÍA
La tarde está muriendo y parece ser el momento ideal para subir a la terraza. La noche está por caer, hay gente, pero no se desborda y la cerveza está buenísima.
Para obtenerla, hice el ritual del lugar que “es como de kermesse”. Compras boletitos en la taquilla ($75) para cambiarlos por comida o cerveza de barril (si pides coctelería o cervezas embotelladas te cobran directo en la barra). Sale pues. Su bar, sus reglas. Sólo me parece antiecológico eso de andar imprimiendo boletos, pero da igual. La cerveza lo valía. Una oscura doble malta a temperatura perfecta. De espuma densa y sabor amargo, era como un día de spa en líquido.
La noche ya comenzaba y los foquitos del techo lleno de plantas que tiene el lugar lograban que todo estuviera bien. En las bocinas sonaba algo de Bob Marley (¿Algún día rebasaremos el superpoder que tiene la música de Marley para hacernos ceder a la huevita? Yo creo que no).
Lo que fue una lástima fue la coctelería. La idea es buena, pero la ejecución, decepcionante. Eso o soy el viejito de Ratatouille de los tragos. Me recomendaron el fresa smash. No podía estar mal: gin, fresas, pepino y vinagre balsámico. Sonaba a ensalada con alcohol (que es el mejor modo de comer ensaladas) y me quedé parada en la barra para ver cómo lo preparaban. Anoto los errores para que no les vuelvan a pasar: 1. La bartender sacó las fresas de la cajita de plástico del súper. ¡Al menos pónganlas en un refractario de vidrio! 2. No las cortó tan bien, (los bartenders expertos son como los chefs) por lo que tiró un buen porcentaje de fresa a la basura. 3. Le puso un chorrito de Angostura al trago. “Ok”, pensé, al fin y al cabo ese licor puede hacer maravillas, pero entonces me surgió la duda: ¿y el vinagre balsámico? “Ay, es que se acabó”, me respondió. Así nomás, como si ese no fuera el factor que hacía original al trago y como si el lugar no fuera un mercado gourmet donde pueden conseguir vinagre. Como sea, lo más grave ahí es cambiar un ingrediente por otro así sin más, subestimando al cliente porque “al fin ni se va a dar cuenta”. En cuanto esos procesos queden afinados, este lugar será un hot spot irreprochable porque, ay, ¡qué buena está esa cerveza!