En un acto de blasfemia caníbal puede dejarse de lado la carne roja. Una decisión temeraria si se trata de un restaurante de comida española en el que un pernil de cerdo ibérico prácticamente te da la bienvenida. Los pintxos son variados y con porciones generosas; el mesero tiene la gentileza de sugerirnos medias órdenes para poder degustar al menos un par de entradas. La morcilla de Burgos puede esperar si la carta ofrece el mentado jamón de bellota (Cinco Jotas) y pulpo a la gallega. Nuestra elección es un pan de tomate con anchoas y bonito que logra equilibrar lo salado de la anchoa con un detalle de aguacate y una base justa de jitomate. Y un pintxo poco común en los restaurantes de comida española de la Ciudad de México: queso manchego DO curado, un tanto joven al paladar, pero basto y perdurable.
Con algunos años de buen nombre, Alaia se ubica como una suerte de oasis entre Revolución y Periférico, para mostrarse con una arquitectura acorde a las intenciones de su evolución: contemporánea. Pero este adjetivo polémico es bien resuelto con una terraza cubierta para el fumador, que contrasta con una barra enclavada en una suerte de cantina separada del salón principal. Éste presume una iluminación natural provista por ventanales que llegan hasta el techo del segundo nivel, desde donde puede apreciarse una capilla para imaginar –por un momento– que el caos no existe.
Distinguido por ofrecer un menú de comida española tradicional sin fusiones excesivas, Alaia acentúa los sabores que han hecho de esta cocina una de las más ricas del mundo. Una ensalada de bonito bien puede anteceder un potaje de lentejas o una sopa de fideo al azafrán, todo cocinado con ingredientes de calidad excelente, algunos de ellos orgánicos. Si se optó como tercer tiempo por un pollo rustido a la catalana, preparado con una salsa de ciruelas, nuez y piñones espesa pero sutil, el arrepentimiento puede surgir cuando se ve pasar al mesero con sendos robalos a la sal. Por no mencionar el lechón al horno o el solomillo importado, acompañado de un arroz de queso manchego que forma parte de un menú acotado en favor de la especialidad.
La cava es amplia, con especial atención en los tintos de Rioja y Ribera del Duero, aunque con presencia de otras regiones de España que comienzan a filtrarse entre quienes gustan de probar al distinto, como los de Priorat o La Mancha. Si se desea coronar la comida con dulzura, un fondante de avellana o un pastel vasco (de la región de Lapurdi) harán lo propio. Si se quiere asegurar el eterno retorno, las láminas de higo con queso manchego se encargarán de esa dulce labor.